¿Marcas para escapar del mercado o de la verdad?

El mercado no es, exactamente, una invención del capitalismo. Lo único cierto es que el capitalismo impone unos rasgos al mercado en el que hasta las ideas, la estética, pero sobre todo las propias personas, son convertidas en mercancías o no existen.

El asunto es sencillo. Explotadores y explotados dejan de ser individuos humanos para convertirse en objetos que se intercambian en el mercado capitalista. Los explotadores, dueños de los medios de producción, determinan qué hacen, qué venden y a quiénes venden. Ellos establecen y ajustan al patrón monetario toda relación en la que, quienes no poseen medios de producción, no les queda otra opción sino la de vender su fuerza de trabajo.

El vendedor de su fuerza de trabajo, el trabajador directo, el productor auténtico, en esa relación mercantil, también como individuo tiene necesidad de consumir y lo hace. Lo hace con muchas dificultades y en profunda división social de clases, pero lo hace. Consume lo necesario. Pero también, y sobre todo, consume lo que el propio capitalismo le impone, aunque sea absolutamente innecesario.

Para persuadir o convencer al consumidor final de la “necesidad” de lo innecesario, el capitalismo ha inventado la publicidad y, por extensión, las marcas. La publicidad, esa hija perversa de la comunicación, creada como herramienta para alienar y convencer a los individuos de que no tienen por qué seguir consumiendo un determinado producto necesario para el sustento, sino una determinada marca. En vez de pan, consume Bimbo, una marca que es símbolo de sobreexplotación laboral, de extorsión y maquila con sus trabajadoras y trabajadores, en territorio mexicano y, por réplica, en los territorios nacionales donde se han establecido como transnacional de la mentira anti-nutritiva, convertida en “pan”. En vez de arepa consume Pan, otra marca de supuesta alimentación que utiliza el bagazo del maíz transgénico, lo convierte en harina y le añade mentiras que matan mientras convence a consumidores adocenados de que en realidad lo que tiene en sus manos, en sus bocas y estómagos es una arepa, cuando en realidad lo que tienen es un bocado de sobreexplotación para el enriquecimiento de los dueños de esos medios de producción y para la reproducción del criterio de que esa relación es la “verdad” insustituible.

Esta reflexión, a manera de Diálogo en la acera, la propongo para la comprensión en contexto de que la comunicación genuina tiene y debe tener por fundamento la verdad. La verdad es popular, comunitaria, colectiva y originaria. En esa condición, la verdad es soberanía auténtica. Cuando la comunicación, hija legítima de la producción en igualdad para la satisfacción comunista de las necesidades de todas y todos los individuos, genera al periodismo como método para la ampliación del espectro de alcance de las verdades de los pueblos, parte de los principios de humanidad. Es mucho después, es en capitalismo, es bajo relaciones de explotación y cosificación de los individuos y de la “verdad”, cuando el periodismo es torcido en la consecución de sus fines y comienza a mentir, desarrolla la mentira como “verdad” para la sobreexplotación y la alienación, que lleva a los individuos a sentirse “contentos” con su condición de explotados.

Pero hay más, la comunicación y el periodismo, objetivados para convertirlos en una mercancía más en la producción capitalista, genera entonces ese bodrio denominado publicidad y cuyo único fin último es vender mentiras para la perpetuación del dominio capitalista.

Ante eso debemos rebelarnos los comunicadores, las comunicadoras, los periodistas, las periodistas, propulsores de la  genuina verdad de clase que encarna el proletariado, como clase revolucionaria en sí. Debemos regresar a los principios genuinos de la comunicación y vencer la distorsión de las verdades a las que conduce la publicidad y el “posicionamiento” de las llamadas marcas. No somos marcas. La revolución debe divulgar verdades para la liberación y la construcción de la Patria socialista, no marcas para la perpetuación del dominio bajo relaciones capitalistas.

Ilustración: Xulio Formoso