Relato erótico: Una noche en La Habana

Ashton es esa clase de hombre al que nadie podría decirle que no, menos con esos 21 centímetros de razones para llevarlo a la cama. Un tipo atractivo, de cabello negro, mirada oscura y seductora, de piel morena -justo como me gustan, siempre he tenido inclinación por los hombres de piel morena-, un cuerpo atlético y el don natural que ya mencioné anteriormente.

Lo encontré una noche en La Habana. No sé en qué momento comenzó mi amor por Cuba y mis deseos de viajar hasta esa isla. O en realidad sí, pero no quería mencionar a Santiago. Un chico con el que comencé mis primeras experiencias y que me ayudó, en gran parte, a descubrir que los hombres realmente me fascinaban. Lo supe aún más después de esa noche de marihuana que estuvimos juntos. Santiago no tenía esos 21 centímetros, pero sí sabía cómo emborracharme y volverme loco.

Entonces fue con él. Sus padres eran cubanos y vinieron a Venezuela hace 25 años. De allí y de su historia. Solía hablarme de todo el sabor y el calorcito de Cuba. Supuestamente, sin los desplantes del tiempo, la íbamos a visitar los dos, juntos, pero yo sabía que él no lo era aún todo para mí, a pesar de que realmente lo quería, así que cuando tuve la oportunidad emprendí yo solo mi viaje a La Habana.

En cierto momento de mi vida me di cuenta de que me había estado cohibiendode ciertos placeres y fui descubriendo entonces que no solo quería quedarme con lo que ya había conocido. Era como si un deseo desesperado por estar con más hombres se hubiese apoderado de mis intenciones y, bueno, así fue como terminé alejándome de Santiago. «Eres una puta», habría dicho si supiera el verdadero motivo por el que me alejé.

Sabía muy bien cuáles eran mis intenciones desde el primer momento en el que puse mis pies en el aeropuerto internacional de Maiquetía. Esas coloridas casas, algunos muros aún se conservaban la cara grafiteada de Fidel, calles angostas con bombillos amarillos que alumbraban las que serían mis nuevas y extasiadas noches en hoteles desconocidos.

Inicialmente les mencionaba a Ashton porque no sabía que lo iba a encontrar en La Tropical, un clandestino lugar de ambiente ubicado en el Casco Histórico, muy reconocido por los gays y transexuales de la zona. Sobresalta desde lejos porque tiene luces hasta más no poder, estaba muy cerca de la playa, así que el toque nocturno se mezclaba muy bien con la brisa del mar. Desde el primer momento en el que lo vi sentado en esa mesa puse los ojos en él. No podía creer que el destino nuevamente se atrevería a ponerlo en mi camino, con una botella de ron a la mano y unas ganas que comenzaban a parecer imparables.

La salsa estaba alta. Había un show de un Drag Queen  llamado La Gloria, no quería indagar mucho acerca del motivo de su nombre, pero lo cierto es que pareciera que estuviera viendo a la mismísima Celia Cruz en sus mejores momentos en los 90. Llegué directo hacia donde se encontraba Ashton y, tomando como excusa lo alto de la música, me acerqué mucho a su oído para que me escuchara y le solté: “En Venezuela a los hombres como tú les decimos que están bien buenos”.

No me importó lo que hubiese pensado en ese momento de mí. Yo sabía que de un seductor como él no se podía esperar más que unos buenos minutos de sexo. Nos tomamos tragos de cubalibre y salimos a caminar pasadas las 2:00 de la madrugada por el malecón. Estuvimos conversando frente al mar que salpicaba nuestros cuerpos hasta que terminamos la botella. Su estadía en La Habana se debía a que estaba de vacaciones con su familia, originaria de Puerto Rico, pero quiso tomarse unas horas a solas; de repente estaba buscando lo mismo que estaba buscando yo, ¿lo habrá conseguido? ¿Habré sido yo su perfecta distracción esa noche? Probablemente sí. Además, ¿quién va a viajar a un paraíso turístico como Cuba solo para cantarle cumpleaños a su abuela? En esa ciudad nadie lo conocía más que yo. Y cómo no, si él tenía años llevándome a estimulaciones inexplicables.

Hablamos de algunas cosas, nada tan personal. Fui a Cuba pensando en sexo, solo en eso, y no podía dejarme llevar por nada más. Yo estaba un poco mareado ya por el alcohol, quizá “mango bajito”, así como le decimos en Venezuela. Él comprendió bien el significado cuando terminé poniendo mi mano dentro de su pantalón.

Una noche en La Habana

Estábamos duros. Nos encontrábamos cerca de una calle como la de los hoteles, esa muy popular en Caracas, la de los buenos polvos. Me estudié todo el sitio antes de emprender mi viaje, no iba a dejar que cualquier cubano me sorprendiera ni me dijera qué hacer.

El hotel al que llegamos se llamaba El Rincon. Muy discreto, paredes color naranja, grandes puertas y ventanas marrones y un pasillo muy largo en donde había alrededor de unas 10 habitaciones. Desde afuera se escuchaban los gritos de placer y algunos indecentes y provocativos golpes contra la pared de visitantes que quizá estaban tan a tono como yo. Me daba morbo el solo hecho de pensarlo. Entre Ashton y  yo el protocolo sobraba, así que comenzamos a besarnos desde el pasillo y lo demás fue historia.

Estando dentro de la habitación, con una luz bastante tenue, nada escandalosa, un pequeño portaretrato del «Ché» Guevara en la pared -nunca supe si detrás de ello habría algún sentido sexual, pero no le di importancia-, una mesita de noche con una silla a un lado, y una cama mediana con sábanas y un par de almohadas blancas. Tenía un pequeño balcón desde donde podíamos ver las lejanas olas de la costa, tranquila y con las tiritantes luces de barcos que parecían pequeños ante nuestros ojos. ¿Para qué necesitábamos más?

Allí mismo me abrazó por la espalda y comenzamos a tocarnos. Quedamos exhaustos. 35 minutos y dejé que me hiciera suyo, que me chupara cada parte. Nunca antes me habían dado con tanta pasión que mordí las almohadas más allá de lo que yo hacía que Santiago las mordiera. Nunca antes me habían hecho revolcar tanto. Quería sentirlo todo, a él, a Ashton, sin importar el rol, sin importarme ni siquiera que lo tuviera en esas bellas dimensiones.

Ashton luego dejó que yo lo hiciera, que lo tocara, que también lo hiciera mío y admito que sus gemidos desataron mis ganas de darle cada vez más fuerte, sin parar, desde el propio y puro instinto animal. 35 minutos y la mía cayó en su pecho; de su parte no quise desperdiciar nada. Lo de Ashton era una propia bebida de los Dioses en la antigua Roma: exquisita.

Casi tres años han pasado y no olvido cada minuto de esa noche ni de los días siguientes en los que también nos vimos. Mis ganas deben caminar aún por ese malecón y se ha de mezclar entre las noches de marihuana y la brisa de la isla que le alborotaba ligeramente el cabello. Algo de mí se quedó con Ashton, pero no podía dejar hacerme esclavo nuevamente de los sentimientos. De repente no fui el único en Cuba que rozó sus labios y él tampoco fue el único que rozó los míos.

Casi tres años y recordé una noche en La Habana cuando caminaba por las calles de Caracas y comenzó a sonar una canción que hace referencia a esa ciudad. Para mí Ashton fue un caso diferente con el paso de aquellos días, la misma diferencia que me llevó a no preguntarle nada más y borrar su número luego de aquel abrazo de despedida. Será el destino, y quizá otra vez Cuba, quienes de repente otro día nos vuelvan a unir.

Qué bello Santiago, me lanzó sin querer hacia esta experiencia.

Historia ligeramente censurada.

@Luisdejesus_