Argentina Vs. Chile: Un copa, todas las copas

Hoy juega Kempes y Luque; juega Maradona y Burruchaga. Hoy es el día en que en un país del sur del sur todos se ríen, todos esperan, todos ambicionan. Más allá de sus desesperanzas y desventuras.

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Me perdonarán las amigas y los amigos de Desde la Plaza, pero hoy, en este sábado que parece y debería ser domingo, estas crónicas de la Copa América tienen color celeste y blanco. Empecemos aclarando: el color celeste es el azul clarito y combinado con el blanco, en franjas verticales, es la camiseta con la que Argentina ganó la Copa Mundial de 1986, y antes el tristemente célebre Mundial de 1978.

Con la camiseta suplente, color azul y no azul clarito, los de la celeste y blanca perdimos dos finales del mundo: Italia 1990 y Brasil 2014.

Adivino que hoy no habrá conflictos de colores. Chile jugará con la roja y Argentina con la celeste y blanca y la televisión estará contenta con el contraste necesario para que los dos de Sampaoli y los de Martino resalten y se diferencien como debe ser.

Hecha la salvedad, digamos ahora que los colores de la camiseta no importan. Lo que importa es el fútbol. Y lo que cada quien pueda hacer en la cancha. No en la teoría, no en el papel: lo que cada equipo pueda hacer en los noventa y pocos minutos en los que hay que definir el asunto. O en treinta minutos más. O en los penales. Y no más.

En el sur del sur el partido Chile y Argentina comienza a las cinco de la tarde. En la frontera más extensa del continente, de un lado y del otro de la misma cordillera que empieza en el Ávila y termina en la nieve y el viento eterno, estarán gritando y sufriendo al mismo tiempo, pero al contrario.

A eso de las siete de la tarde, siete y media como máximo (una hora y media menos en Venezuela), el asunto estará resuelto. De un lado de la cordillera gritarán (gritaremos) y del otro callarán (no callaremos).

¿Y este argentino por qué se tiene tanta confianza? Es de puro sobrado.

No. No es de sobrado. Es porque juega Messi, y juega Masche, y juegan con la celeste y blanca Kempes, como en el 78. Y el Diego, como en el 86.

Es porque juega el chofer de la línea 300, ramal 1, que un ratito antes de la semifinal contra Paraguay gritaba: “suban por la puerta de atrás, otro día pagan el boleto, vamos que quiero ver el partido”. Y todos se reían. Y parando en cada esquina, donde dos o tres bajaban y corrían en la tarde helada de los inviernos más helados, el colectivo (la camionetica) seguía apurado.

El chofer de la línea 300 (el colectivero) llegó a tiempo a la terminal y con sus panas vio los seis goles: Rojo, Pastore, Di María, Di María, Agüero y el Pipita. Y los gritó igualitos, viscerales, del primero al último.

Y se quedó con ganas de seguir gritando. No es de sobrado, es porque el chofer de la línea 300, y sus pasajeros, y otros 40 millones, y Messi y los otros diez en la cancha, y Kempes y Luque y Maradona quieren gritar campeón. Y están cerquita. Otra vez.

DesdeLaPlaza.com/Marcos Salgado