«Dibujo para que el mundo vaya para el lado de los buenos»: Quino

Quino con dibujo de Manolito
Joaquín Salvador Lavado, pero para todos Quino, se alzó con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades

“Dibujo para que el mundo vaya para el lado de los buenos, el de Los Beatles, el de John Lennon”, sentenció de manera magistral Joaquín Lavado, Quino, y tal vez sin quererlo ni pensarlo le dio un golpe en la mandíbula a la dirigencia política que lo escuchaba en el acto inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires.

El gran dibujante, que creó hace 50 años a la siempre vigente Mafalda, fue celebrado por un público emocionado que había esperado más de dos horas y media para escucharlo.

Con la memoria intacta, aunque bromeó con la posibilidad de no acordarse escudándose en sus 81 años, el padre de Mafalda fue mucho más que un humorista que convocaba la atención del público. Durante un diálogo cálido, cómplice y genuino con los periodistas Cristina Mucci y Carlos Ulanovsky, habló mucho de sí mismo, quizá sin darse cuenta.

“No quiero decir lo ancho y gordo que estoy por haber sido elegido por la Feria del Libro (para su apertura oficial). A partir de ahora voy a ser muy respetado”, dijo con una sonrisa tenue, mientras miraba al público que lo aplaudía largamente.

Siempre se supo que Quino no era proclive a la religión, pero reveló que durante muchos años leyó la Biblia, tal vez como fuente de inspiración: “Es que tiene partes muy divertidas, como Sodoma y Gomorra, donde había gente que quería tener sexo con los ángeles y cuando Dios vio eso dijo: ‘Terminemos con esto’ ”.

No esquivó su vejez, que lleva con mucha elegancia. Es delgado y camina muy despacio, aunque acepta con una sonrisa una mano que le brinde apoyo. “Cuando puedo voy al cine o a conciertos, pero no estoy dibujando, estoy perdiendo el tiempo de una manera lamentable”.

Sometido a una suerte de examen de memoria sobre los apellidos de sus personajes más ilustres, hizo sobrevolar el fantasma de casi todos los adultos mayores. Escudándose en un falso alzhéimer, respondió tomándose tiempo, pero sin errar que Miguelito se apellida Pitti, Susanita es Susana Clotilde Chiruzzi, Manolito es Moreiro y que la madre de Mafalda se llama Raquel. Pero se quedó de una pieza cuando Ulanovsky le preguntó por el nombre del padre de Mafalda, lo que derivó en un hilarante pimpón:

“El padre no tiene nombre”, se puso serio Quino.

“En estos días leí en un libro que se llama Ángel”, aportó Ulanovsky.

“Ah, sí… me interesa el tema”, retrucó Quino para deleite de la platea. Y dejó flotando la duda de la identidad del padre de Mafalda, así como si el parecido entre don Sosa, el portero del edificio de la niña de historieta, y Gabriel García Márquez había sido adrede o una simple coincidencia.

Para los más jóvenes del auditorio, entre los que había muchos chicos, fue impactante escuchar que uno de sus personajes preferidos no usaría el computador para su trabajo: “Mi vínculo con el mundo digital es pésimo. Ahora me siento un analfabeto total. No entiendo lo del dinero virtual, que se cotice en bolsa, que haya gente que gana o que pierda dinero con el dinero virtual”. Y, en ese vínculo pésimo, admitió que hace poco tiempo usa un teléfono celular, “pero solo para hablar por teléfono”. El resto de las aplicaciones corren por cuenta de su esposa, Alicia Colombo –según confesó–, a quien le agradeció públicamente “su colaboración y su comprensión” por aceptarlo como ha sido con su profesión.

Aclaró que “Mafalda no se lee en todo el mundo” porque no se conoce ni en Rusia ni en Asia, sino que es un personaje que caló hondo en parte de Europa y en América Latina. Y destacó que fue su esposa la que impulsó la difusión de su obra. “Yo no contestaba las cartas. Y había un editor italiano que me escribía y quería editar Mafalda. Entonces Alicia le contestó y así empezó todo”.

No quedaron dudas de que el servicio militar cumplido en Mendoza, su provincia natal, le dejó muy malos recuerdos y lo considera, junto con “ser minero en Bolivia”, de los peores trabajos: “Sufrí muchísimo en el servicio militar. Era algo tan distinto a mí. Las humillaciones a las que te someten… como regar con una latita un campo enorme y perder un montón de tiempo. Eso sí, me gustó bastante tirar al blanco. Dentro de mi espíritu pacifista, tengo un costado violento”.

Quino dibujó a Mafalda durante nueve años, entre 1964 y 1973. “Pero nunca terminé de aprender a dibujarla. Tenía que calcarla”, sostuvo, mientras Cristina Mucci le marcaba que si hubiera podido trabajar con un computador en aquellos tiempos la tarea hubiera sido más sencilla.

Después de Mafalda, nunca volvió a tener un personaje fijo de historieta. “Lo dibujé nueve años, hace 41, y sigue vigente. Qué plomo, ¿no?”, se preguntó él mismo mientras confirmaba que le tiene mucho cariño a Mafalda por todo lo que le ha dado en su trayectoria. Y, por ese motivo, aunque tuvo propuestas para que el personaje saliera del papel y se convirtiera, por ejemplo, en estrella de una comedia musical, lo rechazó: “Soy un dibujante sobre papel. No me gusta salirme de eso. Mafalda me gusta así y no quiero que me la vengan a cambiar”.

Fue tan sencilla, divertida y lúcida su presentación como su despedida del auditorio. Esquivó la invitación a hablar de “tema libre” que le hizo Ulanovsky: “Yo hablo muy poco. Después de pasarme 60 años pensando qué se me podía ocurrir, ya no se me ocurre qué puedo decir”.

Fue el final justo para un hombre genial. El público le agradeció de pie con un aplauso cerrado de más de un minuto, en el que Quino sonrió feliz y algunos de los dirigentes políticos allí presentes recibieron otra clase, la de ser querido sin condiciones.

Mi tío era dibujante y en casa se compraban muchas revistas; eran muy baratas, más que los trajes”, recordó ayer el flamante nuevo príncipe de Asturias y señaló que por eso el premio lo remite directamente a su familia. “En mi casa se hablaba andaluz; yo también”, recordó Quino, que atribuyó parte del éxito internacional de su personaje más popular, Mafalda, que se acerca a los 50 años odiando la sopa, a las influencias del ambiente de inmigrantes que vivió en su infancia. Además, el dibujante creció “muy interesado en lo que pasaba en todo el mundo”, observando con detalle lo que ocurría a través de las páginas de periódicos y revistas.

“No sé qué diría ahora (Mafalda) sobre el premio”, admitió Quino, que se mostró sorprendido de que no se le hubiera dado antes un Premio Príncipe de Asturias a un dibujante, dada “la larga tradición” en ese campo que hay en España.

Aunque en los comienzos, a los 18 años, su “ideal era hacer dibujos mudos”, fueron los textos inteligentes y desopilantes de Mafalda y sus amigos los que le valieron la fama, pero también la censura y la presión política.

“De entrada nomás la tuve, me decían: ‘Pibe, chistes contra la familia no, militares no, desnudos no. Yo nací con autocensura”, afirma. En ese sentido rememoró que cuando Mafalda se publicó por primera vez en España durante la dictadura franquista (1936-1975), “salía con una banda que decía ‘Solo para adultos’ ”, y también fue censurada en Bolivia, Chile y Brasil. Pese a haber hecho reír a varias generaciones, Quino se define como un hombre con escaso sentido del humor. “En general, todos los humoristas somos tipos introvertidos y también ‘pataduras’ para el baile”, dijo.

Y, a diferencia de Mafalda, dice que ama la sopa, aunque ahora está ansioso “de comer una tortilla con el príncipe de Asturias”.

A los 81 años se mantiene alejado de la vida pública y de su trabajo por sus problemas de visión, pero aprovecha su retiro para intentar disfrutar de otra de sus grandes aficiones, el cine.

Desde la Plaza/ María Elena Polack-La Nación/AMH