Impunidad, terror y venezolanos en llamas

¿Cuántas veces tendremos que contemplar el horror de ver a un venezolano arder en llamas para que llamemos las cosas por su nombre y para que la justicia actúe?

Cuando todos, o casi todos, nos consternamos con el ajusticiamiento de Orlando Figuera en la Plaza Altamira, a quien prendieron en fuego, nos enteramos por accidente que no había sido el primero. Su inmolación grabada en video nos puso en relieve de una escena que nos parecía increíble y ajena a nuestro imaginario.

Pero al mismo tiempo que caíamos en cuenta de la barbaridad que empezaba a insinuarse con aquel muchacho prendido en candela, se reveló un estado de alma peor entre nosotros: la justificación, la atenuación y la invisibilización de esta atrocidad.

En el caso de Orlando, los defensores de la “protesta pacífica” encontraron la fórmula eficaz para despachar el acto: fue una reacción espontánea para escarmentar a un ladrón entre los manifestantes.

Al contrario de iniciarse un proceso de indignación generalizada, se desencadenó una relativización de valores entre los que se exhiben como la gente más sensata: la violencia, para ellos, ya no es reprochable sino una expresión descontrolada de años de “sometimiento”, y el asesinato de compatriotas, un saldo de la beligerancia semántica del chavismo.

Sepultado Orlando Figuera no se terminó el afán de los violentos de prender en llamas a todo los que se les opongan. Recientemente hicieron igual con un conductor de camión en el estado Zulia que tiene ahora 90 por ciento del cuerpo quemado, luego que quisieron detenerle en una barricada para saquearle. En esta misma escena de terror, murió calcinado un motorizado.

Después, ambos casos empezaron a sufrir inmediatamente una atrocidad tan peor como la primera: la del olvido, la del silencio comunicacional y la atenuación del hecho con ese eufemismo que se inventaron en el primer mundo para suavizar el remordimiento: daños colaterales.

A esta barbaridad se añade un estado desolador de ausencia de justicia elemental. El organismo que imputa, el Ministerio Público, ante la crudeza de las pruebas y testimonios, luce cada vez más entretenido en su afán de colapsar a la nación con su inacción, y no en perseguir a los asesinos.

Pareciera que no solo abonan la violencia con la impunidad, sino que buscan desmovilizar y desmoralizar con la estrategia franca de perseguir a los agentes del Estado en faena de orden público y no a los que perpetran destrucción en la ciudad, trancan avenidas, vierten basura, queman instituciones y personas, atacan cuarteles militares, linchan oficiales, usan a niños en protestas, instigan a la guerra civil y blanden sus pañuelos en auxilio implorando una intervención internacional en detrimento de su patria.

Las cosas por su nombre. Estamos ante una escena donde mercenarios pagados y otros alienados, cometen actos de terror, subversión y desorden público con el encargo de prender una Guerra Civil que afortunadamente no llega, mientras la mayoría seguimos esperando que llegue la justicia ya que la paciencia a veces se desespera.

DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano