El trabajo desde la óptica de un comerciante informal

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La vida de un comerciante informal es todo menos fácil. Imagina trabajar todo el día bajo el impredecible clima y tener como techo la agitada energía de la ciudad, siempre vibrante, siempre cambiante; alerta al aviso alterado de los centinelas que gritan cuando llega la autoridad, como si se tratase de un depredador en busca de su próxima presa, que cae ante la presencia indignada y asustada de sus compañeros, que solo se limitan a mirar.

“Ese es su trabajo, no me puedo molestar por eso”, dice con una entera humildad Mirtha Pérez, comerciante de Bellas Artes que prefirió no revelar su nombre real, que como todas las mañanas, se encuentra desde las 7:00 de la mañana ofreciendo sus zarcillos y cintillos sobre una conveniente carretilla, lista para ser rodada a la menor oportunidad.

“Ellos (los policías) están cumpliendo órdenes de sus superiores y no los critico, tienen razón. Yo estoy aquí haciendo algo ilegal, no puedo estar vendiendo en la calle. Pero esto fue lo que me tocó en la vida”, dice de forma sencilla, mientras se oculta en un estacionamiento y recorre la calle con la mirada nerviosa de ser descubierta y decomisada.

Siguiendo un sueño

Mirtha llegó a Venezuela desde Perú, hace ocho años, guiada por los pensamientos del líder de la Revolución, Hugo Chávez, a quien profesa una especial admiración.

Desde entonces, se dedicó al comercio informal como forma de ganarse la vida y a pesar de ser enfermera de profesión, asegura que prefiere dedicarse a este oficio, porque le permite estar más tiempo con sus hijos.

“Con este trabajo yo creo mi horario y puedo dedicarle el tiempo necesario a mis hijos. Vivo en Antímano y me da tiempo de llevarlos a la escuela, buscarlos y darles de comer, sin necesidad de depender de nadie más”, explica.

Por si fuera poco, dice que pronto iniciará estudios en Derecho Penitenciario. Pero ¿piensa ejercer?, silencio absoluto. “Aún ni siquiera he comenzado”.

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A diario, los comerciantes informales se enfrentan a la dura realidad de la ciudad – Foto: Desde La Plaza

Testigo de muerte

A pesar que en su relato, Mirtha trata de sopesar su realidad y hacerla un poco más llevadera, recuerda con horror los hechos de lo que ha sido testigo y de la cruda realidad de su día a día.

“Aquí hay muchos motobanquistas”, cuenta en un susurro nervioso. “Asaltan los bancos y luego pasan por aquí. El año pasado un policía mató a un ladrón al lado mío, no me dio chance ni de asustarme. Era diciembre, 11:00 am, tres tiros y el tipo cayó sobre mi mercancía, medio muerto se levantó, dio dos pasos y murió ahí mismo, frente a mis ojos. Es duro lo que me ha tocado ver”, narró.

A pesar de malos ratos, la vendedora dice que eso no ha menguado su ánimo, excusada bajo la usada premisa de “eso es así en todos lados”.

Finalmente, Mirtha dijo que no cree que su negocio le de más que otro trabajo. “Yo lo hago por mis hijos, no por el dinero”, insiste.

Negocio lucrativo

La realidad de un comerciante informal parece ser cuestión de perspectivas. Un poquito más al oeste de Caracas, saliendo de la estación de Metro de La Hoyada, se encuentra Juan Cárdenas –también nombre ficticio- quien comercia cartucheras y bolsitos de fabricación propia.

Él dice que prefiere vender en la calle que dedicarse a un trabajo formal, las ganancias son mayores por un esfuerzo que puede ser el mismo, e incluso menor, al de un hombre en corbata que va a la oficina o del obrero que deja todo su sudor en una construcción.

En un mal día me llevo de ganancia 800 bolívares, en un buen día estoy entre los 2.000 a 3.000 bolívares. Llevo más de 10 años en esto y con eso he montado mi casa y formado mi familia. No hay nada por lo que no deba sentirme orgulloso. Más vale buhonero que muriendo de hambre”, concluye.

Desde La Plaza /ABD