Un desastre humanitario en la frontera entre Irak y Siria

Refugiados Yazadíes en frontera Irak-Siria

El paso fronterizo de Faysh Habur, que une Siria e Irak, es la entrada a un escenario de dolor y desaliento; un desastre humanitario de proporciones difíciles de calcular. El flujo de yazidíes que llegan a territorio iraquí tras pasar entre cinco y ocho días en el monte Sinyar, asediado por las milicias del Estado Islámico, es constante.

Familias enteras; mujeres que apenas pueden cargar con sus hijos en brazos; niños desesperados por beber o llevarse algo de comer a la boca. Los rostros que ilustran esta tragedia hablan por sí solos: pieles cuarteadas por la deshidratación, labios pálidos y agrietados, ojos cristalinos de miradas perdidas. Algunos han caminado descalzos durante decenas de kilómetros a través del corredor humanitario que los guerrilleros del YPG, las milicias de protección popular del Kurdistán sirio, y los ‘peshmergas’ han organizado. Llegan con graves heridas en los pies. Unos han sido evacuados en helicóptero. Otros no han resistido y han muerto por falta de agua y alimentos. La cifra es espeluznante: más 150.000 yazidíes afectados.

«Somos de Sinyar. El Estado islámico mató a nuestros hijos, a nuestros hombres». «Se llevaron a niñas tan pequeñas como ella», dice señalando a su hija que no debe superar los 7 años de edad. «Se llevaron a mis hijas, mis dos niñas…», culmina interrumpiéndose a sí misma por el llanto. Tan sólo tenían siete y nueve años de edad. «Secuestran a las chicas atractivas; a las otras las matan». Muchas de las mujeres raptadas en Sinyar son sometidas, forzadas y violadas. «Ahora el pueblo está en sus manos, en manos del Estado Islámico. No pueden escapar… Si no nos convertíamos, matarían a todos los yazidíes en Sinyar».

El calor es sofocante. La distribución de agua y comida es vital. «¿Puedo coger más agua, puedo, por favor?», suplica una mujer a un voluntario. Los hombres se atan toallas húmedas a la cabeza. Las personas se agolpan frente a las camionetas que reparten comida. «Yo soy de Siria, pero, ¿qué iba a hacer sabiendo lo que está pasando? Quiero ayudar, es lo mínimo que puedo hacer». Los carros estacionados en el páramo, expuestos bajo el sol tajante, proyectan duras sombras que sirven de cobijo a las familias que comen con avidez. Una mujer y su hija, exhaustas se tumban debajo de un camión. Son centenares las personas que a la espera de ser evacuadas, deambulan desorientadas siguiendo las instrucciones de los voluntarios allí presentes.

El video que publicamos a continuación ha sido hecho por un europarlamentario alemán, sirve para que las imágenes ilustren un poco el drama humanitario que hemos contado en las líneas anteriores.

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Desde la Plaza/El Mundo/AMH