Yulimar Rojas: ¿quién pone la plata?

Por: Oscar Lloreda

Los Juegos Olímpicos son como la harina Pan. Sí, la harina Pan -no la harina de maíz-, porque se trata de una marca registrada. Desde pequeños hemos sido sometidos a un incesante mercadeo sobre la importancia de esta cita deportiva, un evento que multiplica las ya asombrosas ganancias de las principales trasnacionales a nivel mundial mientras mantiene en la pobreza a miles de atletas que son expropiados de las ganancias que producen con su esfuerzo. Pero hoy no quiero concentrarme en ello. Así como la harina Pan logró colarse como una “necesidad” en nuestras vidas, el anhelo de medallas ha hecho lo propio.

Cuando tenía doce años viví uno de los momentos más emocionantes de mi vida como “espectador” olímpico. En Atlanta 96, el “tiburón” Sánchez nos ilusionó con la posibilidad de una medalla. Era la primera vez en mi vida que tendría la oportunidad de disfrutar esa gloria para Venezuela. Recuerdo que en medio del plan vacacional en el que me encontraba, tomé un teléfono público –los celulares eran privilegio de pocos- y llamé a mi papá para que me comentara la carrera de clasificación. Resulta que había un triple empate y el “tiburón” tenía que nadar una inédita –y única en la historia- ronda de desempate para ir a la final. Clasificó mientras yo ligaba “telefónicamente”, pero el cansancio le pasó factura y en la noche no pudo con la fuerza del campeón ruso Alexander Popov y el estadounidense Gary Hall. Fue una gran actuación, pero también una gran desilusión.

El deporte de alta competencia había sido abandonado como política de Estado en Venezuela. No se trataba de una decisión enmarcada en la eterna controversia “alta competencia” vs. “masificación del deporte”. Se trataba de una política de disminución del gasto público, en el marco de un proceso de privatizaciones que incluía al deporte, masivo y de alta competencia. Los resultados obtenidos por el país en las competiciones regionales y mundiales dependían más del esfuerzo individual y el aporte privado que de una política de captación y creación de nuevos talentos. En ese momento no lo sabía, pero no podía pedirle más al “tiburón” Sánchez. Sería injusto.

El promedio de atletas que participaron por Venezuela en los últimos cuatro juegos olímpicos del Siglo XX fue de 33 (Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96 y Sídney 00). La mayoría de ellos lograron su clasificación gracias a un esfuerzo individual y privado –verdaderos héroes-; muy pocos tenían opción de ubicarse entre los primeros ocho de su competencia para obtener la distinción del diploma olímpico. Cuando observamos más de cerca esos datos, también salta otra característica fundamental: sólo el 18% eran mujeres (25 de 132 atletas). De modo que la participación femenina fue menospreciada por el modelo deportivo de las últimas dos décadas del siglo XX.

A partir del ciclo olímpico posterior a Sídney 00 la transformación deportiva de Venezuela es evidente. La primera gran campanada se dejó escuchar en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003: Venezuela duplicó la cantidad de medallas de oro (de 7 en Winnipeg 99 a 16 en 2003) y casi duplica su cantidad de medallas total, lo cual le sirvió para conseguir su mejor posición histórica después de los Panamericanos de Caracas 83. Al año siguiente, en Atenas 2004, Venezuela rompe la mala racha en juegos olímpicos (20 años y 4 juegos), con sendas medallas de bronce de Israel Rubio y Adriana Carmona. Desde entonces, el deporte venezolano ha disfrutado de lo que, sin duda y no por casualidad, ha sido la mejor generación de la historia.

El promedio de atletas que han participado por Venezuela en Juegos Olímpicos desde entonces (Atenas 04, Beijing 08, Londres 12 y Río 16) casi se ha triplicado, pasando de 33 a 77. El aumento de atletas ha venido acompañado de una inversión del Estado para el fomento simultáneo de la actividad deportiva masiva y de alta competencia. Ello se refleja también en la participación de Venezuela en una mayor cantidad de disciplinas deportivas, así como en la competitividad de sus atletas, quienes, aun sin obtener medallas, se han ubicado cada vez más en mejores posiciones. Es notoria también la existencia de una progresiva política de igualdad de género en el deporte venezolano, pues en los últimos cuatro Juegos Olímpicos se duplicó a 38% el promedio de mujeres participantes (117 de 310). Hasta Sídney 00 ninguna mujer venezolana había logrado subir al podio olímpico; mientras que desde Atenas, tres de las cinco medallas obtenidas por Venezuela han sido aportadas por el deporte femenino: Adriana Carmona, Dalia Contreras y Yulimar Rojas.

Este año, una nueva mujer, Yulimar Rojas, ha emocionado a todo un país –o al menos a quienes no discriminamos políticamente el logro de nuestros deportistas-. Por primera vez en la historia Venezuela obtiene medallas en cuatro juegos olímpicos consecutivos (Atenas 04, Beijing 08, Londres 12 y Río 16). Venezuela se ha consolidado y ha mejorado exponencialmente sus resultados durante los últimos 16 años en todas las competiciones del ciclo olímpico. Luego de cuatro juegos sin obtener medallas (Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96 y Sídney 00) y con casi ningún atleta ubicado entre los ocho mejores de su prueba (Julio Luna, Francisco Sánchez y Daniela Larreal, como excepciones), Venezuela ha logrado sumar no solo medallas sino cada vez más deportistas ubicados entre la élite de los deportes de alta competencia.

Yulimar no sólo representa a un país, pues representa también un conjunto de luchas históricas: es mujer, negra y lesbiana. En ella confluyen una serie de sentidos y significados que aún deben ser explorados y debatidos tras la emoción del triunfo olímpico. Para más colmo, se ha mostrado bastante cercana al chavismo agradeciendo incluso públicamente al vicepresidente Aristóbulo Istúriz por su apoyo político y moral en el desarrollo de sus entrenamientos y colocándole su medalla de campeona mundial al presidente Maduro, razones por las cuales hoy vemos algunos compatriotas lamentar su triunfo en Río 2016. En algún momento será necesario reflexionar seriamente sobre todo ello; por ahora, es tiempo de celebrar.

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