Conoce las diez obsesiones de Woody Allen (+Video)

Los fantasmas que pueblan la cabeza del genio con gafas son incontables, pero nosotros hemos elegido esta decena de manías.

Te compartimos estas 10 obsesiones que este director  ha plasmado en sus películas

El sexo

Aunque muy reservado respecto a su vida personal (cuando los tabloides le dejan), el señor Allen Stewart Konigsberg de Brooklyn, Nueva York, sigue teniendo muy presentes las cosas de la carne a sus 71 años.

Secuencias como las que te presentamos arriba (de Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo – pero nunca se atrevió a preguntar –,  1972) demuestran que a Woody le fascinaba todo esto ya como espermatozoide.

Algo que le ha venido bien, porque tanto en Comedia sexual de una noche de verano como en casi todas sus otras películas (y ya suma más de cuarenta), los personajes padecen y se deprimen a causa de dejarse arrastrar por sus instintos.

Pero, como él mismo decía en Desmontando a Harry (1997): “Las mujeres son lo mejor de la vida, hijo. Y no sólo eso: algunas usan lencería fina”.

La magia

¿Cuál fue la pasión juvenil de nuestro héroe? ¿La música, tal vez? ¿O la literatura? Pues no: la magia era el hobby favorito del Woody adolescente.

Sus filmes, realizados sin apenas guión y muy dependientes del montaje, son la mejor prueba de esa habilidad para los juegos de manos, ya hablemos de Annie Hall y su baile de secuencias, de su personaje en Scoop (ver video), o de la poesía fantasmagórica de La rosa púrpura de El Cairo.

Pero el propio Allen reconoce que su truco maestro ha sido persuadirnos de que un hombre deportista, carismático y con una voluntad de hierro es, en realidad, un intelectual tímido y acomplejado.

En sus propias palabras: “Usando malas artes, sutiles subterfugios y mi sentido de la teatralidad (es decir, magia) he creado una fantástica ilusión que incluye un montón de películas. Ojalá estuviera bromeando”.

El cine europeo

El tópico que asocia a Woody Allen con Ingmar Bergman es real, pero inexacto: aunque el maestro sueco (“La verdad, soy más gracioso que él”, reconoce) sea su director favorito, nuestro hombre es en realidad un apasionado del cine de autor europeo, en general.

Si la sombra de Bergman  planea sobre Interiores, Otra mujer y otros títulos de su filmografía, también es cierto que Annie Hall sería muy distinta sin la influencia de François Truffaut, que sobre Recuerdos y Zelig planea la sombra del expresionismo de Lang y Murnau, y que sin su pasión por la obra de Michelangelo Antonioni nos habríamos quedado sin cierto descacharrante sketch de Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo.

La muerte

Al descubrir uno que todos habremos de estirar la pata, su inocencia se acaba. Y, a juzgar por sus películas, Woody muy pronto de ser inocente.

En el clip que acompaña a este texto, extraído de Annie Hall,  puedes ver una de sus primeras crisis existenciales (“El universo se expande y todos vamos a morir”, afirma el Allen niño, a lo que su madre responde:

“¡Brooklyn no se expande!”), preludio a una filmografía en la que la Dama de la Guadaña es una presencia constante, y nada bienvenida, entre bambalinas.

El vértigo metafísico de Delitos y faltas, la tensión asesina de Septiembre o el mazazo final de Acordes y desacuerdos son buenas pruebas de ello. Porque ya se sabe: “Las palabras más hermosas del mundo no son ‘te quiero’, sino ‘es benigno”.

El destino

En Toma el dinero y corre, Virgil Starkwell está condenado a ser el delincuente más torpe de EE UU pese a que sólo quiere tocar su violonchelo.

Por mucho que lo intente, el patético Kenneth Brannagh de Celebrity nunca conseguirá tener un lugar junto a las estrellas.

Y lo de Jonathan Rhys-Meyers, Scarlett Johansson y el anillo en Match Point es la prueba de que, en el Universo Allen, no existe la justicia, sino sólo los empujones de un azar ciego: que se lo digan a los personajes de Poderosa Afrodita.

¿Y no es acaso el título de Conocerás al hombre de tus sueños una profecía?

El psicoanálisis

Treinta años, treinta, de terapia: Tony Soprano debería haber aprendido algo de nuestro hombre, porque lo de Woody por el doctor Freud y sus discípulos es pura devoción.

Las emanaciones subconscientes con forma de Humphrey Bogart que le asediaban en Sueños de seductor (1972) ya nos daban una pista, pero (dejando de lado las confesiones en el diván que prueban Otra mujer -1988-) la películas más psicoanalíticas de Allen son Días de radio (un primoroso rosario de traumas infantiles) y la brutal Recuerdos, striptease emocional en el que expresa lo que muchos sospechábamos: el genio de Manhattan considera a sus fans como un puñado de imbéciles.

Las mujeres

Dejemos el sexo en paz por un momento y reconozcamos que Woody padece una aguda fascinación por el género opuesto (al suyo).

No es sólo que sus películas sean una mina de Oscar para las actrices que participan en ellas (véase a Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona), sino que en ellas la profundidad de sus personajes femeninos destaca frente a unos varones mucho más primarios.

Con los debidos respetos a Scarlett Johannson y a Mia Farrow (de la que no queremos hablar mucho, por si las demandas), aquí la reina es Diane Keaton, a quien dedicó un memorable poema de amor llamado Annie Hall.

“Cuando yo actúo, lo hago de forma limitada porque no soy más que un cómico, pero Diane hace reír desde su personaje”, explica. Ahí, Woody: esa autoestima, que no falte.

El judaísmo

Virgil Starkwell, el entrañable ladrón de Toma el dinero y corre, ingirió una vacuna experimental que le transformó por unas horas en rabino.

Y Woody Allen, que firmó con ese filme su primer proyecto autoral (director, productor y guionista) comenzaba así una interminable ristra de chistes a costade la religión de sus padres. Ojo: está muy bien reírse del cuñado ultraortodoxo de Desmontando a Harry, o de la yidishe momme que atormenta a nuestro héroe en su capítulo de Historias de Nueva York (filme compartido con Scorsese y Coppola), pero cuando rascamos el barniz de humor aparece el angst semítico-kafkiano de Sombras y niebla. Eso sí que es un tipo serio, y no el de los Hermanos Coen.

El jazz

Todos los días del año llueva o haga sol, Woody dedica una hora (o más) a ensayar con su clarinete.

Y, aunque dicen que no es un virtuoso, basta con que sus fans le vean con el instrumento en la mano para que todos le digan “I love you!”.

La melomanía de Allen le ha costado algún que otro disgusto con la Academia de Hollywood (prefirió ensayar con su grupo a recoger su Oscar por Annie Hall), y los expertos dicen que no es ningún virtuoso (véase el documental Wild Man Blues), pero él seguirá siempre escogiendo sus bandas sonoras antes de empezar los rodajes y dedicándole a su música del alma homenajes tan bonitos como Acordes y desacuerdos.

Manhattan

Todos los chicos pobres quieren vivir donde viven los ricos, y el joven Woody Allen no era una excepción: criado en una zona de clase media de Brooklyn, nuestro hombre siempre anheló mudarse al centro de la ciudad, donde había cines, teatros y cafés llenos de chicas bohemias.

“Cuando mirabas un edificio de la Quinta Avenida podías imaginar toda clase de cosas ocurriendo en los apartamentos”, explica hoy, después de haber escenificado en la pantalla todas esas historias ficticias.

Porque según él mismo reconoce, esa colectividad neoyorquina neurótica y algo ingenua de Maridos y mujeres o Todos dicen “I Love You” dista mucho de existir realmente. A nosotros nos importa poco, porque pocos cineastas han conseguido destilar tanto amor a un lugar como él en estos primeros (e inmortales) minutos de Manhattan.

DesdeLaPlaza.com/Cinemanía.es/MD

 

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