Cortázar, la bala de plata y el vampiro

Quienes tienen pasión por la literatura latinoamericana celebran siempre a Julio Cortázar, sobre todo cuando se cumplen 102 años de su natalicio, un 26 de agosto de 1914, cuando se le rinde tributo como autor de esos juegos literarios llamados relatos, sin embargo, a veces es más recordado por sus frases memorables que por su posición política; más por eso de que “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, que por su ametralladora de la palabra, esa militancia socialista y defensora de la cultura popular. Casi siempre se recuerda a un Cortázar potable, simpático, apolítico.

Para volver a Cortázar, en esta oportunidad cabe recordar ese momento de 1975 cuando el autor finaliza un discurso en México empleando un símil sobre la voracidad de sangre, esa que tendría Duggu Van, uno de sus personajes, comparable únicamente con las atrocidades de la Junta Militar chilena y sus crímenes en contra de la cultura popular de éste pueblo, denunciadas en su conferencia “Violación de derechos culturales”, ofrecida en la Tercera Sesión de la Comisión Internacional de Investigación de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, que mostró a la opinión pública mundial las acciones de un gobierno criminal.

Recordaba el intelectual a esos cómplices de Adolfo Hitler, en especial a aquel que dijo “cuando oigo la palabra cultura, saco la pistola”, para señalar cómo en Chile, luego del golpe de Estado contra el presidente socialista, democráticamente electo y líder de la Unidad Popular, Salvador Allende, la derecha disparó “contra lo que más temen y lo que más odian los fascistas: la palabra. La palabra hecha libro, o tema de canción, o inscripción en las paredes. La palabra de los hombres que se sirven de ella para ampliar sus límites, acceder a la verdadera libertad”.

Cortázar señalaba necesario hablar de la cultura y su “cínico desmantelamiento en el Chile de hoy”, como denuncia sobre las políticas represivas en contra de la cultura popular que aplicaron Augusto Pinochet y la Junta Militar luego del 11 de septiembre de 1973, —calificadas también como “golpe estético-cultural” por el profesor chileno de historia del arte, Luis Hernán Errázuriz Larraín— que clausuraron las expresiones artísticas comprometidas con los problemas sociales y la conciencia de clase, expresadas en acciones como el asesinato del cantautor Víctor Jara junto a otros muertos y desaparecidos vinculados a la cultura.

La cultura popular expresada en murales e imágenes con consignas sociales fueron suplantadas, así como la propaganda política y hasta los colores de edificios públicos fueron repintados en gris o blanco, se cambiaron nombres de calles y pueblos, se dirigieron “colegios y universidades como si fueran las cuadras de sus cuarteles”, señalaba Cortázar, refiriendo la prohibición de que los jóvenes usaran pelo largo, mientras que las muchachas no tenían permitido maquillarse, ni usar minifalda, en lo que se llamo la «Operación Corte».

Como un barrido, vino la “restauración” promovida por la Asesoría Cultural de la Junta de Gobierno y el Departamento Cultural de la Secretaría General de Gobierno, que ordenó quemas de libros de edición popular, un alcance de la política cultural de Allende la cual en su momento permitió que “al precio de un paquete de cigarrillos, el pueblo de Chile encontraba al alcance de la mano una vasta serie de colecciones y de obras que por primera vez eran accesibles a los sectores más populares del país”, recordaba el escritor argentino.

En su discurso rescató la idea de que únicamente con la cultura se va más allá de la liberación exterior y física del pueblo, para alcanzar otra  “igualmente difícil de conseguir: la de la mente, la de la sensibilidad frente a la belleza, la lenta y maravillosa conquista de la identidad personal, de la auténtica capacidad de ser un individuo, sin lo cual no es posible defender y consolidar la liberación exterior y la soberanía popular”.

“La Junta”, decía Cortázar, “comprendió perfectamente que uno de los obstáculos más peligrosos para su futuro residía en los resultados que en sectores populares de la población había alcanzado el programa de concientización política, estética y cultural de la Unidad Popular”, que no tuvo el tiempo suficiente para que “sus planes culturales se tradujeran en resultados cuantitativos mayores”, de manera que  “ciertas formas del resentimiento contra todo lo que es bello y puro hubieran sido inconcebibles”.

Así como fueron quemados libros, en los allanamientos destruían discos de los representantes de la Nueva Canción Chilena, entre ellos los de Víctor Jara y Violeta Parra; y fueron asesinados talentosos creadores como el compositor musical Jorge Peña, otros fueron desaparecidos, como el poeta Luis Díaz Muñoz, las actrices Ana María Puga, Sonia Cordero, los actores Enrique Norambuena y Luis Arenas, los fotógrafos Rodrigo Rojas, Jorge Müller y el camarógrafo Hugo Araya, entre 3.200 chilenos.

El libro Arte invisible (2016), de Lisette Soto y Arnaldo Delgado fue bautizado el pasado enero en Chile, sus autores entrevistados por Ambitosur.com, explican que este arrase en contra de la cultura se sustentó en el reconocimiento de que “el arte es reflejo de la subjetividad o reflejo de una sociedad, por lo tanto (si) eliminamos el arte y toda la expresión artística del proyecto de la Unidad Popular, de esta manera estamos atacando a la subjetividad de la Unidad Popular”, dice Delgado.

En sustitución de ese renacer cultural comprometido con el pueblo y los símbolos de Allende, la dictadura impuso a la televisión y el consumo como forma de vida, impronta de Milton Friedman y los Chicago Boys parteros del neoliberalismo en el sur, además, un culto autoritario y militarista a la bandera nacional, un realce del paisajismo en la plástica como expresión «neutral» del arte, así como de la música folclórica chilena, sin contenido social, en contraposición al ejercicio artístico de la UP que se tradujo “en un proyecto de sociedad, uno de los elementos más fundamentales de su obra, es la proyección política y social que hacían respecto a su época”, comenta por su parte Soto.

Estos símbolos del gobierno de Allende fueron censurados, como la poesía, la música y el teatro, sin embargo para Cortázar “Lo que ningún sistema fascista ha podido ni podrá, es matar a alguien por dentro y dejarlo a la vez vivo” y ese miedo que todo fascista tiene a la educación, “ese acto de sacar la pistola, es en definitiva el certificado irreversible de su fracaso final”.

Cierra el gran cronopio su discurso con un frase, literaria y comprometida, que resume realmente la obra de su autor, digna de enaltecer aún más su recuerdo y que en sí expresa la necesidad de perder la ingenuidad en los países de Nuestramérica que han avanzado en la defensa de la cultura popular, lugar de toda batalla final contra el enemigo, arma infalible contra sus ataques: “El fascismo tiene razón en odiar y temer la cultura popular, ella es la bala de plata que en las antiguas leyendas mata al vampiro, bebedor de sangre, y vuelve más hermosa la salida del sol”. Puro Cortázar.

DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez