Como la vida misma (y III)

Saben más que uno

Si hay alguien que tiene más conocimiento de quién entra, a qué hora sale, cuántos viven ahí, qué carro tiene y cuál es el novio, ellos son los vigilantes. En estas residencias han pasado cualquier cantidad de empresas de seguridad, unas buenas otras no tan buenas, los trabajadores son recordados por sus hazañas o por su inoperancia e ineptitud.

Como tradición en mi edificio, cada diciembre se juega una caimanera de béisbol en la calle los 24 y los 31 antes de la comilona, los abrazos y regalos, luego del protocolo familiar, bajamos a la plaza con nuestras mejores pintas para con las cornetas de la computadora de alguien y el iPod de fulano nos enchufamos al arbolito que decora el hall de la entrada de alguna de las dos torres para armar el bochinche hasta el amanecer.

Una de estas compañías que pasó por aquí, tenían complejo como de Robocop, eran todos musculosos y aunque no portaban armas de fuego, vestían completamente de negro, usaban lentes oscuros (hasta por las noches) y cargaban un cinturón lleno de periquitos, esposas, rolos y paralizer para defendernos a nosotros, los propietarios o inquilinos, de cualquiera que intentara afectar nuestra paz.

Así ocurrió que una vez, en una de nuestras celebraciones decembrinas se aparecieron tipo comando a nuestra tertulia navideña y chasqueando los dedos nos mandaron a apagar la música diciendo: esta fiestecita se acabó. Acto seguido, hubo un silencio por algunos segundos y luego las risas de los presentes no se pudieron contener, le explicamos que ninguna de las juntas de condominio ni ningún vigilante nos iba a sacar de nuestra plaza, que si deseaban les serviríamos un traguito sin problema pero que no nos molestaran más.

La última fue peor. Una vecina de un piso bajo, que en su visual está la garita de vigilancia, pudo divisar como uno de los oficiales de seguridad del turno nocturno del edificio, permanecía más tiempo del entendido en el lugar. Después que culminaba su jornada de trabajo, el hombre no se retiraba a su hogar como hacían sus demás compañeros, sino que éste, se despojaba de su uniforme, en bóxer y sin camisa, rascándose las bolas, se preparaba una sopa de sobre en una ollita dentro de la torre de vigilancia. Al hacer el aviso a los miembros de la junta de condominio se le llamó la atención al personaje en cuestión y se solicitó a la empresa prescindir de los servicios y que se retirara de inmediato, a lo que el vigilante descarado abusador, exigió que él se iría pero primero necesitaba sacar “sus cosas” de la garita. (Léase: una olla, un sartén y un botellón de agua y un bolso lleno de ropa) El señor estaba viviendo con nosotros sin pagar medio y cobrando un tremendo sueldo.

condominiooo

Ponerse de acuerdo… no es nada fácil.

Si alguna vez le ha tocado participar o pertenecer a la junta de condominio de su edificio, usted tiene mi respeto y mucho más si ha sobrevivido y todavía se habla con sus vecinos sin tener la necesidad imperiosa de matarlos a todos. Conciliar, entender y hasta pelear entran en las responsabilidades de estas asociaciones de vecino o juntas comunales, nunca se encontrará hacer feliz a todos, aquel que lo intente le deseo la mejor de las suertes.

Mi mamá una vez se le ocurrió que ella podía aportar a la comunidad y se lanzó como presidenta, para resumirles el cuento, fue tan intenso y jodida la gestión, que mi papá terminó arrancando de la pared el intercomunicador que nunca paró de sonar desde el día de la elección.

Estos personajes aguerridos y valientes se enfrentan a cuanto chisme y quejas pueda existir, definitivamente hay gente inconforme por naturaleza y nada le gusta,  no les gusta que barran en los pasillos porque las conserjes escuchan lo que uno habla dentro de su casa, no les gusta el color con el que pintaron la reja de afuera pero fueron incapaces de bajar a opinar, proponer y posteriormente votar en las reuniones por otro color, se quejan del horario del suministro de agua y también si el agua sale marrón, lo peor es que todas estos chilles se los hacen llegar a quien esté en la presidencia de la junta que, obviamente, también es un vecino más.

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Los grupos en las redes sociales son el diablo, pero otro día les cuento a más detalle sobre estos. Pero si existe un grupo de whatsapp en el que se incluyan a los habitantes del edificio, así se le pongan las normas que sean, siempre se prestará para establecer diálogos y hasta discusiones aireadas con otros vecinos, reclamos e incriminaciones sin pruebas sobre de quién es el perro que caga y no le recogen la mierda. También para pasar cadenas desinformando sobre cualquier chisme del momento, que si el jueves seguro seguro cae Maduro, que si están saqueando en Sabana Grande, o aquel supuesto lote de leches para niños que está contaminado con meningitis y que se yo. También están los que aprovechan la conglomeración de lectores y hacen promoción a sus negocios, vendiendo “lechugas” o alquilando puestos de estacionamiento. Lo cierto es que para el fin por el que fueron creados dichos grupos, muy poco se usan.

La actual gestión de mi edificio le ha tocado duro desde que asumieron, a los pocos días de haberse montado, un árbol inmenso se cayó por la parte de atrás del edificio y en la caída se llevó por el medio a cuanto aire acondicionado se encontró, partiendo vidrios y demás, el detalle: fue el 24 de diciembre al mediodía y hasta de mi propio apartamento se tuvo que lanzar la chama bombera para romper unos vidrios que quedaron guindando peligrosamente. Ya falta poco para que culmine el mandato de ellos, ojalá que no ocurra nada peor.

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Chachopo, Timotes… allá voy

Desconozco cómo será la experiencia en otros urbanismos o zonas de Caracas o de Venezuela o del mundo, pero vivir en comunidad, no es nada fácil. A veces provoca agarrar sus corotos y salir corriendo para la cima de una montaña, bien lejos de todos y vivir de la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres.

¡Nah mentira! Yo amo a esta gente, amo la vista de mi balcón, los fuegos artificiales en fin de año, mis panas con los que he crecido, chico yo adoro hasta las viejas chismosas que me odian desde chiquita, porque yo con los patines jodía el canto rodado de la plaza.

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