Leer sin prejuicios

Existen diferentes tipos de libros y diferentes tipos de lectores. Hay libros de consulta, libros que se leen de a poco, libros leídos en el pasado que vuelven con la misma intensidad de la primera vez y libros que en raras ocasiones terminan siendo leídos en su totalidad. Hay quienes leen varios libros a la vez, hay quienes les cuesta terminar un libro, hay quienes simplemente piensan que es más entretenido ver televisión o ir al cine. Hay quienes se marean si leen en un carro en movimiento, hay quienes cargan siempre un libro para aprovechar cualquier instante de espera. Hay quienes temen aceptar que no son lectores y hay quienes se dicen lectores pero que en realidad leen poco.

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Resulta también que hay quienes temen leer. A la falta de concentración, del lugar y el libro ideal, terminan por renunciar a la oportunidad de convertirse en grandes lectores.

Lo cierto es que para leer debemos liberarnos de culpas, superar los traumas, darse con transparencia la oportunidad. Quienes saben y confiesan que leer es importante pero que desconocen las razones por las cuales les cuesta tanto abordar un libro, deben comprender en primer lugar que dejarse atrapar por un buen libro debe ser, sobre todo, una experiencia placentera, la cual necesita de nuestras mentes abiertas.

Gustavo Pereira dice que cualquiera que se acerca a la poesía es poeta. Y esa especie de dogma es aplicable para cualquier tipo de lectura. Quien se acerca a un libro es lector. Sin importar que su lectura preferida sea la autoayuda, la biblia o las sagas juveniles; el hecho de asumir con valentía acercarse al libro como objeto con alma les hace lectores. Y allí es cuando los demás deben aceptar sin prejuicios que quien lea Rayuela o El Alquimista, por ejemplo, tiene el mismo derecho a considerarse lector.

Ciertamente lo ideal es asumir como buenas lecturas aquellos textos libres de la etiqueta de best-seller, aquellos libros que brindan reales experiencias de liberación, esas que van más allá del comportamiento del mercado o de los éxitos inducidos. Lo ideal es optar por grandes contenidos que se conviertan en inevitables lecciones de vida. Verdaderas lecciones. Escritas por pasión y no por interés económico o de dominación.

Pero esa es harina de otro costal, como quien dice.

El lector no pertenece a una raza superior o a una estirpe privilegiada. El lector es un ciudadano de pie que reconocer en ese objeto llamado libro a un compañero de viaje. Por eso a quienes confiesan tener dificultades para incentivar el hábito de la lectura no deben ser condenados sino abrazados. Quienes pretenden promover la lectura no deben actuar como jueces, sino como grandes amigos incondicionales.

Leer produce placer y se debe actuar en consecuencia. Liberar al libro de esas cadenas de la academia es una misión que tenemos que asumir con responsabilidad y ahínco.

¿Resulta difícil? Podría ser. El secreto está en reconocer la lectura como una forma de entretenimiento y saber explicarlo así a quienes tienen la curiosidad encendida.

Así que relájense y busquen un libro. Si ese no es el libro indicado, salten a otro y a otro y a otro hasta que den con ese objeto que los atrape y seduzca, que no los suelte bajo ninguna circunstancia, ese amigo que sólo quiere abrirles las puertas hacia lo desconocido.

La calidad de la lectura llegará con el tiempo. Relájense y lean. Así de simple.

DesdeLaPlaza.com / Gipsy Gastello