Cuentos de Motel #04: El profesor

Con la botella de perfume en las manos repitió un ritual que, aunque le parecía una bobería, siempre le causó risa. Se echaba casi medio frasco en el cuello, los brazos y la entrepierna mientras recitaba:

Pa’ los besos! ¡Pa’ los abrazos! ¡Y por si acaso!

Esa noche se preparó para descargar todas sus ganas acumuladas. De esas que atesoras durante años, esperando que la vida te ponga por delante a ese o esa que tanto deseas y de pronto… ¡Zaz! Aparece la oportunidad y “El diablo nos lleva para el mismo lado”, como canta el Pelado Cordera en Porno Star.

Planchó camisa, pantalón y hasta se tomó tiempo para escoger la ropa interior que iba a lucir:

-¿Boxer? ¿Tanga? ¿Nada? ¡Si, puede ser! –Se dijo.

Víctor Luis (el Negro, le dicen los íntimos) sostuvo en vilo su corazón enamorado durante los cinco largos años que duró el bachillerato. Se sabía correspondido, pero las convenciones y los reglamentos del liceo, impedían que su profesor de deportes pudiese decidirse a estar con él.

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José Antonio, era un profesor de deportes recién graduado y recién contratado para la cátedra. Llegó a trabajar al liceo, con apenas 22 años de edad (6 ó 7 más que sus alumnos)

Sus colegas profesores lo bautizaron Joseito. Y es que algunos de ellos tenían hijos contemporáneos con él. Rápidamente se hizo el profesor más querido por los alumnos. De seguido, recibía invitaciones a fiestas de cumpleaños, las graduaciones y los finales de curso.

En esas tantas fiestas, Víctor y Jóse se cruzaron varias veces fuera de las aulas y con una atmósfera más distendida.

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La primera vez que hablaron (aunque lo había visto otras veces), Víctor Luis la recordaba con claridad de medio día. Estaba entrando al primer año de la secundaria y ése tipo estaba con su amiga Verónica en medio de la placita donde izan la bandera nacional.

Epa Negro! Ven pa’ que conozcas a mi hermano. Dile profe, porque nos va a dar deportes.

Víctor era un chamo de casi 12 años y aunque le pareció lindo el profe, la cosa quedó allí.

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Vero, a mi no me cabe ni un bocado más– dijo Víctor Luis, rechazando la bandeja con panettone que su amiga le acercaba.

Era navidad y estaban a mitad de cuarto año del bachillerato. Vero invitó al Negro para la cena del 24 en su casa. Ya habían decidido qué estudiar en la universidad y sabían que no iban a verse tan a menudo como lo hicieron desde el preescolar hasta el quinto año.

El Negro aceptó aquella especie de despedida con Verónica, pero empujado por la ilusión de saber que José Antonio iba a estar allí.

Después de la abundante cena y el intercambio de regalos, los viejos se fueron retirando, dejando la sala para Vero, José Antonio y el invitado.

Vero quitó los mosaicos de la Billos y buscó un CD para reemplazarlo. Llenó las copas con vino tinto sentenció en tono ceremonial:

Éstas canciones hay que bebérselas!

Entonces sonó Serú Girán (El Negro lo recuerda bien):

Te siento respirar
lejos de tu lugar
hoy tuve un sueño con vos,
¡Qué locos éramos los dos
en los buenos tiempos!

Vos deseabas salir
de tu eterno jardín,
yo de mi tonto fulgor,
cuando encontramos era el fin
y la vida el motor (1)

Víctor no había terminado de alzar la copa cuando José Antonio le habló al oído:

-¿Bailamos?

Al negro le tembló hasta la cédula. Miró a Vero que se hundió en la copa, volteó a los lados para fijarse si los miraban, pero la mano de Jóse seguía extendida como “un hábil jugador, trascendental actor”.

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Los ojos buscándose por los pasillos del liceo y los saludos incómodos delante de la gente, se hicieron constantes desde aquella navidad.

José Antonio jamás dio un paso más allá del reglamento aunque no dejaba de procurar encuentros con Víctor Luis.

Hasta el día que entregaron los diplomas a los nuevos Bachilleres.

Cuando el Negro subió a recibir su diploma de Bachiller en Ciencias, el profesor de deportes pidió el honor de entregárselo. Le estrechó la mano, lo abrazó (mejor dicho lo apretujó) y le susurró fugazmente:

Ya no soy tu profesor!

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Acordaron que el Negro lo esperaría frente al Centro Comercial El Recreo. José pasó a recogerlo en su carro.

Ni bien se sentó le dijo a Víctor Luis:

Hoy te toca tu regalo de graduación

Lo acercó a su cara y lo besó con todos los besos guardados durante 5 años, que eran los mismos que tenía el Negro para él. Quizá por eso sus lenguas navegaron fácilmente.

-¿Ese es todo el regalo? –preguntó el Negro.

Apenas estamos comenzando. –respondió.

Manejó hasta la calle de los hoteles. Allí, descubrieron que a las parejas gay les cobran el doble de lo que cuesta la misma habitación para una pareja heterosexual… Pero, regalo es regalo.

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José Antonio tomó la llave de la habitación y la mano del Negro. “Nos tocó la de Pelé, la número 10” dijo, intentando un chiste.

Atravesaron un pasillo oscuro donde lo único iluminado eran unos afiches de mujeres desnudas, sacados de películas porno muy viejas. Ellos se miraron y rieron, también lo hicieron cuando una señora de limpieza se persignó al verlos avanzar a la habitación.

Jóse abrió la puerta y atravesando el umbral, la cerró con la espalda de Víctor Luis. Por fin podían besarse con la libertad de los amantes.

Se arrancaron la ropa con la urgencia añejada, Víctor notó que Jóse se detuvo a mirar su ropa interior y se felicitó por la escogencia.

Para cuando cayeron en la cama, José Antonio procuraba controlar el ritmo con caricias suaves y lentas, Víctor era un pulpo incontrolable que no deseaba pausas.

El Negro, estiró un brazo para alcanzar el bóxer de José Antonio y notó  que como los delanteros de un equipo de fútbol, le quebró la cintura. No iba a quedarse con esa, volvió a intentarlo, esta vez lo atrapó por la cintura y lo acorraló en contra el cabecero de la cama.

No hizo caso a las evasivas de su amante y cuando por fin desnudó a su antiguo profesor de deportes, bastaron dos segundos para que en sus manos quedara el mástil de un naufragio, hundido.

DesdeLaPlaza / Ernesto J. Navarro

 

 

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1.-Para los que no conocen el tema, acá se los dejo: Llorando en el espejo / Serú Girán: https://www.youtube.com/watch?v=M5ta0P-NoWQ.