FILVEN 2015: Una gozadera para los pequeños de la casa

Ya es tradición que cada marzo la Plaza Morelos, esa que está rodeada por el Museo de Bellas Artes, el Museo de Ciencias y el Eje del Buen Vivir, se transforme en un espacio colorido y tomado por niños y niñas amantes de la lectura. Cuando comienza la Feria Internacional del Libro FILVEN, los jóvenes patineteros seden su lugar de encuentro para que la gran fiesta de la palabra contagie con su alegría.

Aunque la FILVEN se despliega también por los espacios abiertos del Teatro Teresa Carreño y los espacios cálidos de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), es en la popularmente conocida Plaza de Los Museos donde la oferta infantil ofrece lo mejor para sembrar el hábito de la lectura en los más pequeños de la casa.

Una gigantesca carpa blanca se levanta desde el centro de la plaza para convertirse en el pabellón infantil, lugar donde abundan las actividades promotoras del libro, incentivadoras de la imaginación. Cuentacuentos, lecturas colectivas, obras de teatro, actividades circenses, títeres, talleres, manualidades, cine, poesía y un sinfín de actividades lúdicas, recreativas y educativas invaden esa burbuja imponente que recibe a cientos de niños y niñas como una gran oleada de alegría.

“A mí me gustan los cuentacuentos”, dijo Alberto, un niño para nada tímido que iba acompañado de su mamá. Apenas con siete años ya declama su pasión por el libro: “Me encanta leer, siempre estoy leyendo cuentos y aventuras de mis héroes favoritos. Mi mamá me dijo que me iba a dar una sorpresa y me trajo para acá”, comentó con una amplia sonrisa. Su madre, María Cobo, comentó con orgullo: “Sabía que le iba a encantar, por eso estaba pendiente de traerlo. Fui para la escuela a buscarlo y pedí permiso en el trabajo para faltar en la tarde. Valió la pena”.

Los stands que rodean la plaza ofrecen literatura infantil para todos los gustos y edades. Los títulos de Ediciones Ekaré y Alfaguara juvenil son de los más buscados. En el caso de las familias con varios niños pequeños, hay que ingeniárselas para estirar la plata y complacerlos a todos. “Vine con mis dos hijas, ambas aman la lectura, se la pasan leyendo todo el tiempo. Para enseñarlas a administrarse bien, a cada una le di una misma cantidad de plata y las dejé que compraran lo que quisieran”. Para sorpresa de Gracia Peña, ambas niñas volvieron con muchos libros (la menor con tres y la mayor con cinco) y hasta vuelto le entregaron. “Son oportunidades que no se pueden desaprovechar, por eso siempre las traigo a FILVEN, aunque no le van a durar mucho esos libros nuevos, porque leen rapidísimo”, dijo con un gesto de satisfacción mientras seguía recorriendo los stands.

Mientras desde el pabellón infantil se colaban las risas de los pequeños espectadores en una función de títeres, algunos esperaban cerca de la entrada a que comenzara la siguiente actividad. Oportunidad propicia para buscar algún libro que llamara su atención. “A mí me gusta la poesía y mi papá me compró este libro de Pablo Neruda”, dijo Marialejandra mientras mostraba alegremente un libro color naranja de Ediciones de la Torre llamado Pablo Neruda para niños. Adentro de esa pequeña joya una biografía amena del poeta chileno, algunas cartas y una buena selección de sus mejores poemas, entre ellos, Farewell, que dice:

 

Desde el fondo de ti, y arrodillado,

Un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas

Tendrían que amarrarse nuestras vidas.

 

“Me gusta la poesía porque me hace soñar, imagino lo que voy leyendo como si estuviera viendo una película en la tele”, sentenció Marialejandra mientras pedía de vuelta su nuevo libro haciendo un gesto con su mano. Al lado de Marialejandra estaba Santiago, mirando curioso la conversación. “A mí la poesía me aburre, a mí me gustan los libros de historia. Me gusta leer de Simón Bolívar y de Miranda”. Y así, soltando esa frase reveladora, corrió hacia el pabellón infantil para no perderse de los títeres que tantas carcajadas arrancaban.

“Yo no tengo hijos, pero siempre le compro libros a mis sobrinos, tengo dos. Para ver si se animan a leer y dejan de ver tanta televisión”, dijo Mónica Salazar, una joven rubia de apariencia casi infantil. “Siempre peleo con mi hermana y le digo que los anime a leer, pero como no me hace caso yo me las arreglo”, continuó Mónica, “aquí consigo libros muy llamativos sobre dinosaurios y experimentos científicos que sé que a mis sobrinos les van a encantar. Me voy contenta”.

El calor de la tarde no espantaba a los visitantes. Niños y niñas correteaban con la misma energía de un día fresco, mientras sus madres y padres buscaban la manera de airearse con un periódico doblado o con un paraguas abierto.

“Mira mamá, Harry Potter, cómpramelo” se escuchaba unos cuantos stands a la izquierda mientras que hacia la entrada del pabellón infantil un niño trataba de halar a su madre por un brazo mientras clamaba “apúrate que va empezar, apúrate mamá”.

Es increíble cómo se transforman los espacios con la presencia del libro, de la cultura y de los niños y niñas, ese futuro andante que son nuestro principal motor para hacer del planeta un lugar mejor para vivir. Y que esos pequeños y pequeñas estén allí, emocionados, casi enardecidos por un objeto con alma como lo es el libro, demuestra que lo último que se pierde es la esperanza. El destino está en las manos de esos pequeños lectores y lectoras potenciales que crecerán con una conciencia despierta, con todo un universo de palabras abriéndole los brazos.

Saber que Neruda se fue a casa de Marialejandra para hacerla soñar con su poesía, no provoca otra cosa sino decir: ¡Qué viva la Feria del Libro!

 

 

DesdeLaPlaa/Gipsy Gastello