La historia de un libro olvidado a la orilla de un anaquel

Era mi cumpleaños. Mi esposo decidió sorprenderme con el regalo perfecto: llevarme a una librería para elegir el libro que quisiera. Le pedí que fuéramos a una pequeña, de esas individuales que no forman parte de una gran e inhumana cadena de negocios, donde siempre suelo conseguir libros poco comunes y no tan caros.

Así fue.

Evidentemente, como regalo elegí un libro gigante y costoso sobre la obra de Vincent Van Gogh, el tipo de libro que yo no me compraría pensando en mi bolsillo. Pero ya que era mi cumpleaños y ese era mi regalo, ni loca me iba a pelar ese boche. De ñapa, un libro recopilatorio de los escritos de Salvador Dalí en una edición maravillosa de hojas de hilo con borde dorado. Toda una exquisitez.

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Hallazgo pujante que ocupará por siempre un lugar protagónico en mi biblioteca.

Mientras mi esposo se disponía a pagar y envolvían los regalos (para abrirlos más tarde con el resto de la familia) me dispuse a hurgar entre los diferentes estantes para matar el tiempo. Entonces, a la orilla de un anaquel olvidado, con un indigno cartel que decía REMATE, me guiñaba el ojo un libro sobre el Che Guevara. Tapa dura, de la editorial Debate y escrito por el boliviano Juan Ignacio Siles del Valle. El título: Los últimos días del Che (que el sueño era tan grande). Allí, en ese pequeño objeto de papel, reposa una ardua investigación histórica sobre los días del guerrillero heroico en Bolivia. Gracias al pormenorizado estudio de Juan Ignacio, profesor y especialista en guerrilla latinoamericana (además de ex canciller de Bolivia), tengo en mis manos toda una joya que reproduce documentación inédita, fuentes orales, innumerables entrevistas a campesinos, informes policíacos y expedientes de todo tipo. Y como toque final: narrado con una voz poética que logra conmocionar. Todo fluye entre las diversas voces que conviven dentro de las páginas. Uno a uno van hablando, a veces al mismo tiempo, para reconstruir como una especie de coral los últimos días de uno de los héroes más importantes de la historia universal.

No de gratis, en las primeras páginas, el autor nos lanza una brutal advertencia: “Este libro ha sido concebido a partir de hechos concretos ocurridos durante la guerrilla de Ñacahuasu. Ninguna coincidencia con la realidad es por lo tanto casual. Los innumerables diarios de campaña y testimonios, ensayos historiográficos, biografías y narraciones, entrevistas, documentos, periódicos, novelas y cuentos, películas y documentales surgidos en torno a ese episodio han sido la principal fuente de información para la redacción de este texto. No pretendo aquí, sin embargo, establecer una insostenible verdad histórica sobre esos hechos sino, más bien, recrear y ficcionalizar, en contrapunto, las voces más íntimas y trágicas de algunos de sus protagonistas”.

El autor en La Habana
El autor en La Habana

Páginas adentro, un fragmento del diario de Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), guerrillero cubano que estuvo con el Che en Bolivia: “En marcha, sin comer y agotados bajo lluvia, mirando los árboles, buscando alguna fruta, algo para cazar, nada, nada, me dan mareos y veo estrellas. Lo único que me mantiene en pie es la conciencia”.

También el relato de Julia Cortés, maestra boliviana que estuvo con el Che en La Higuera durante la funesta tarde del 8 de octubre, queda plasmado en este libro. Cuando sus miradas se encuentran y ella logra reconocer a un hombre bueno, no a un hombre malo como le habían dicho. El Che le pide comida y ella le cuenta que su madre había preparado sopa de maní. Se la ofrece. El Che acepta con la condición de que también le dé a sus compañeros “antes de que nos maten” y cuando ella pregunta “¿Y quién habría de matarlos, pue’?”, él simplemente responde: “Eso no importa, pero no se preocupe, será una liberación”.

Luego de este último intercambio de palabras, nos cuenta el autor: “La mujer deja el plato en el suelo y sale en busca de más comida. Vuelve al cabo de un rato y entrecruza una mirada con el prisionero. Recoge el plato. Un oficial ingresa a la escuelita y le ordena que se retire. Pasan unos minutos. Poco después se oye el estrépito de una ametralladora. La profesora regresa, apresurada. Varios oficiales salen de la escuela. Entra, desesperanzada. Encuentra al guerrillero tirado en el fondo del aula. Se acerca. El prisionero tiene los ojos cerrados, la boca entreabierta. No se atreve a tocarlo. Lo toca finalmente. Lo sacude. Pero está muerto. Grita”.

Un par de páginas más atrás, en medio de la ficción trágica y el testimonio poético, había hablado el Che: “Qué triste, Fidel, nos equivocamos. Qué cagada, ¿te imaginas? Como en el Congo, aunque peor. Pero no me arrepiento, hermano. Que el sueño era tan grande”.

Ya, volviendo a mi realidad, cerrando el libro para culminar esta nota, me felicito a mí misma, en un acto de poca modestia, por tan pujante hallazgo. Un libro que sin duda, a pesar de haber estado abandonado a la orilla de un anaquel, ocupará por siempre un lugar protagónico en mi biblioteca.

 

DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello

@GipsyGastello