La Semana Zángana en Venezuela, ¿Tradición o Viacrucis?

Hablando del final de un partido de fútbol, Eduardo Galeano dice atinadamente:

“(…)y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval”.

¡Genio!

Las semanas santas religiosas son tristes, obligadas, oscuras. Es como un castigo extraterrenal por haber gozado del desenfreno festivo que corre por cuenta del rey momo.

Estoy convencido que todos pasamos por estos siete días como penitencia por el libertinaje brasilero. Se cuenta que en el carnaval de Rio de Janeiro del año 2012, varios helicópteros lanzaron sobre las playas de esa ciudad balneario, más de 4 millones de –non santos- condones. Un mínimo aporte del gobierno a lo inevitable.

Por eso, cada vez que leo esas líneas de Galeano y evoco la triste semana mayor, recuerdo también por qué jamás voy a un velorio. No puedo.

A veces, no siempre, me preocupa que algún amigo cercano no lo entienda, pero no es mi culpa… es de la Semana Santa y esa melancolía que me pudre las tripas.

Mi familia, católicos militantes, acuden a las ceremonias cada año con una devoción genuina que nunca podré igualar. Eso lo observo ahora cuando entiendo cómo funcionan los sistemas de creencias.

Pero de niño, sin opción para objetar las decisiones, me arrastraban a las procesiones y otros actos de la semana santa. Y entonces –sin entender de qué se trataba- era arropado por un pánico terrible, cuando veía como torturaban a un tipo que luego de molerlo a palos, lo dejaban agonizar lentamente clavado de una cruz ante la mirada impávida de una multitud que jamás hizo nada más que llorar.

Aún mareado por el calor infernal de aquel mi precipicio natal(*), asfixiado por un vaho adormecedor, no logré entender cómo es que no pudo ocurrir una rebelión del pueblo.

En el vía crucis de Lagunillas siempre verdugueaban al cristo los mismos tres soldados romanos ¡Apenas 3! Contra una marea de gente ¿Cómo es que nunca se dieron cuenta de eso?

Someter a un niño a ver cómo se escenifica la tortura debería estar penado por la Lopna. Y es que la crucifixión es un método de terror que –de seguro- hizo salivar (como el perrito de Pavolv) a Jorge Rafael Videla. Y verlo reiteradas veces aunque sea escenificado, no deja de ser razón para traumas posteriores.

Pero la cosa no terminaba allí. Después de aquella escena de “la pasión”, había que pasear el dolor por las calles y escuchar durante horas cantos lamentosos y rezos muy muy muy tristes, que eran aderezados por el llanto espontáneo de los muchos creyentes que acuden a pagar sus promesas o a pedir favores divinos…

Durante años, no pude más que soportar esas jornadas luctuosas. Tamaño cuadro, hoy, me sigue pareciendo más espeluznante que una película de Boris Karloff.

Otros creyentes

Siempre creí que el mundo entero era igual de triste que mi pueblo cada semana santa. Que las procesiones, el perdona a tu pueblo señor y los vía crucis eran la única opción para invertir el tiempo, hasta que aprendí a leer periódicos y entonces otras procesiones, que según las noticias son las que terminan en la orilla de la playa, empezaron a atraer mi devoción.

Me hice un ferviente practicante de esa religión pagana que valora los desnudos, las cervezas heladas y los pescados con tostón.

Pero dos temporadas me bastaron para aprender que no existe nada más cercano a la fe, que las plegarias para encontrar cupo en el ferry que va rumbo a Margarita o una habitación “barata” en un hotel de Tucacas. Sobre todo cuando se calcula que, este año 2015, sólo el estado Falcón, recibe a un millón de turistas y que los hoteles de Venetur son impagables para los mortales como yo.

También aprendí que en estos “templos naturales” hay otros llantos, otras torturas, otros dolores.

Aprendí que:

-Muchos rezan para salir rápido de las colas de carros y terminar de llegar al destino escogido.

-La ley seca es la farsa más grande de la humanidad después la huelga de hambre de Ledezma en la OEA.

-Miles caminan largas procesiones para encontrar dónde sentare cerca de la orilla del mar.

-Pagan promesa por tener hospedaje sin haber reservado.

-Hombres y mujeres lloran amargas lágrimas por Jesús, un lanchero de Chichiriviche  al que nunca logra uno sacarle rebaja de la tarifa porque como él predica: “es temporada alta”.

-Y casi todos cumplen con la restricción de la carne, amenazados por vendedores de pescado frito que anuncian infiernos si no les compran sus mercancías.

A fin de cuentas, por esa otra semana santa, también terminé fulminado.

Ahora soy un renuente a sus tortuosos placeres, sus colas, sus procesiones de carros y sus mercaderes de baratijas. Soy un zángano que prefiere dormir con las piernas abiertas en casita, cuando todos abandonan la ciudad, a tener que pararse firme debajo de un toldo porque si estiro un brazo le saco un ojo al de al lado.

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(*)Lagunillas en el estado Zulia padece un fenómeno conocido como “subsidencia”, es decir el hundimiento progresivo de la tierra a la que por años le han extraído petróleo. Hay lugares que están unos 6 ó 7 metros por debajo del nivel de las aguas del lago de Maracaibo, protegidos sólo por un muro de contención.

DesdeLaPlaza.com/Ernesto Navarro