Somos de tantas masas…

A Ezequiel le contaron hace unos días que si licuaba las hojuelas de avena, secas, removiendo de cuando en cuando, eso se convertía como en una harina que le servía para hacer unas arepitas y resolver cuando estuviera apurado. Total, las de harina desaparecida tampoco son propiamente arepas, pensó.

Esa misma noche llegó, abrió el gabinete buscando un paquetico que tenía, pero se dio cuenta de que en realidad esa avena ya se había acabado. Se dijo que al día siguiente compraba un paquete nuevo en la farmacia esa grandota que tiene cerca de la casa, y probaba a ver qué tan cierta era la cosa. Pero resulta que la avena desapareció, o mejor dicho, la desaparecieron, y él no se había enterado. Al llegar a la farmacia vio la cola, con su correlativo de gente saliendo con paquetes de avena en las bolsas.

Habría que decir que Ezequiel, desde el principio, decidió que no haría cola, y que en efecto no había hecho la primera. Se repitió que esta tampoco la haría, y se fue por donde vino.

Recordó, en el camino, que hace poco le habían traído mañoco de un viaje al estado Amazonas. Se le ocurrió que a lo mejor si hacía el mismo procedimiento con esa materia prima, el resultado podría ser el mismo: una harina que al mezclarse con agua agarrara la consistencia para unas arepas veloces.

Vació la bolsita de mañoco directo en la licuadora, tapó y encendió. Removía a veces para que el licuado fuera más homogéneo, y al levantar la tapa, salió una polvareda amarillenta. Al disiparse, en el interior del vaso se podía ver, claramente, una especie de harina gruesa, esa misma que mezcló con agua, amasó y dio forma para poner en un sartén al fuego. Aunque tardó más de lo acostumbrado, terminaron saliendo unas arepas de mañoco que comió con su esposa.

Pero ese primer experimentó no fue del todo placentero, el sabor a mañoco no es precisamente el desabrido al que nos acostumbraron el paladar, así que no les terminó de cuadrar la arepa. Por eso, se propusieron mezclar esa harina con algo para suavizar el sabor la próxima vez. Probaron con leche en polvo que habían comprado en un operativo de Mercal.

No fue solamente que lo suavizó, sino que le dio un toque que no se esperaban, se podría decir que la endulzó. Finalmente, comieron arepas de mañoco con leche, acompañadas de queso, dos o tres veces en los días siguientes, hasta que se acabó el mañoco. Siguen pensando que la avena sería una buena idea, y siempre les viene a la mente alguna otra cosa que puedan licuar y convertir en arepas.

Siguen teniendo la certeza de que agotarán cuantas ideas se les ocurran para hacer sus arepas con algo más que un paquete de harina que paso no alimenta ni tiene sabor ni tampoco es realmente arepa, y que además te ponen a hacer colas por ella.

Así como hay muchas alternativas para preparar lo que comemos, también estamos hechos de la diversidad de formas en que resolvemos las necesidades. Hace mucho que aprendimos a enfrentar las crisis, y lo seguimos haciendo ahora.

DesdeLaPlaza.com / Juan Ibarra