La política venezolana (a veces) viaja en moto

I

Sabido es que La Orchila era el lugar predilecto de Marco Pérez Jiménez para esparcirse de su férrea dictadura. Y ahí descansa tal vez una de las primeras historias de una moto en la política venezolana: Pérez Jiménez disfrutaba de perseguir mujeres desnudas por la isla, montado en su pequeña motoneta.

La leyenda erótica adquirió tales dimensiones que llegó a incluir a misses que iban para obtener los favores del jerarca –y tal vez la posibilidad de ganar la corona-. La primera Miss Mundo venezolana, Susana Duijm, cayó en la filosa lengua de la farándula y fue parte de la paradisíaca pasarela donde corrió huyendo de los fervores del dictador. Desmentido aparte, la supuesta relación de Duijm y Pérez Jiménez siempre se mantuvo en el imaginario criollo.

El poder se movilizó en dos ruedas para alcanzar la consumación de la fantasía erótica de la dominación.

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II

Corría el año 1994 y Asdrúbal Aguiar, gobernador de Caracas, en una fijación casi parafílica, enfiló sus cañones hacia los motorizados: la ordenanza que dictó prohibía que pudiesen circular en las motos los conocidos parrilleros (es decir, acompañantes) y que, además, no podían circular sin casco. En ese caso, serían detenidos y multados en el acto. Una práctica muy común de la cuarta República.

Pero los caprichos de la política llegaron en moto y pasaron buscando a Aguiar. Una apresurada salida, tal vez a alguna reunión “importante” de última hora con gente “importante” no le permitió detenerse en detalles. Al día siguiente el extinto Diario de Caracas abría su primera página con una foto a full despliegue del gobernador de Caracas de parrillero en una moto y sin casco.

“INFRACTOR” rezaba el titular: el poder cayó preso de sus propias medidas… Al menos mediáticamente

III

Aunque a las 3:30 pm todo parecía muy confuso, ya a esa hora estaba consumado el golpe de Estado. Infames personajes de la antipolítica venezolana habían logrado desviar la concentración de Chuao hacia Miraflores, para un inminente baño de sangre ese 11 de abril.

La carne de cañón llegó presta y en buen estado de ánimo al centro de Caracas, a escasos metros del Palacio de Miraflores. Pero ninguna cara visible de las que arengaron la desobediencia se encontraban en el perímetro. Marcaron la milla… y en moto.

“El ambiente era confuso y peligroso. Dos motorizados voluntarios se ofrecieron para llevarnos a mí y a mi esposa hasta el mencionado hotel. Así salimos, con un casco en la cabeza, en medio de la multitud agolpada en la avenida Bolívar, hacia Plaza Venezuela y la avenida Casanova, lugar de la presunta reunión”, cuenta el mismo Pedro Carmona Estanga en su libro “Mi testimonio ante la historia”.

Para el pueblo opositor fue una jornada de horror. Pero para Carmona fue tan solo un breve viaje: desde los bloques de El Silencio hasta el Palacio de Miraflores. Son unos metros apenas que vale la pena recorrer en moto para firmar sendo decreto de la ignominia.

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IV

El banquero Eligio Cedeño llegó a su audiencia por el juicio en el que estaba acusado de distracción de fondos de ahorristas, obtención fraudulenta de divisas y contrabando agravado. Ese día era “el día de los juicios a los banqueros”, como bien lo expresó la ex Fiscal General, Luisa Ortega Díaz.

Pero a la jueza María Lourdes Afiuni, en un episodio que a primera instancia parece “curioso”, le pareció ese día que la causa de Cedeño estaba plagada de irregularidades y “falta de interés” en determinar la responsabilidad del banquero. Por supuesto, a Afiuni le podría faltar de todo, menos interés. Una sala de audiencias cerca de las escaleras y ascensores, la ausencia de los alguaciles y fiscales del Ministerio Público y luego el dictamen de libertad con régimen de presentación cada 15 días. A eso aderécelo con la grata compañía de la misma jueza hasta el ascensor, como quien despide una cordial visita a casa.

En el sótano del Palacio de Justicia, apenas salir de los ascensores, esperaba una moto en la que Eligio Cedeño se fugó con toda la calma y tranquilidad del mundo.

Con 8 millones de dólares se paga una carrera en moto que se agarra en el Palacio de Justicia y termina en Estados Unidos, haciendo muecas al poder mientras se quita el casco.

V

Aún esta novela no ha llegado a su capítulo final, pero como toda buena novela, todos quienes la vemos ya intuimos el final. Aún desconocemos cómo habrá hecho ese cálculo Luisa Ortega Díaz o quiénes la convencieron de que ese iba a ser el resultado. El hecho es que el 24 de mayo de 2017 ella vio caído al gobierno de Maduro y salió al ruedo.

“A Juan Pernalete lo mató un dispositivo como este… (pregunta inaudible): Sí Sí, esto es una bomba lacrimógena”. Una bolsita de papel, una lacrimógena de inmaculado plateado, un German Ferrer agazapado y visible a la vez detrás de ella: esa postal marcó la ruptura, pero no del hilo constitucional, sino de la lealtad hacia el propio cargo y responsabilidades de un Fiscal General de la República.

La verdad es que el cálculo falló y quienes convencieron a Ortega Díaz de ello, se esfumaron. El chavismo cumplió y la primera decisión de la Asamblea Nacional Constituyente fue destituirla de su cargo. ¿Pensó que era presidenciable? ¿Pensó que encontraría la salvación en los encantadores de serpientes de la derecha? ¿Qué haría a partir de ahora? Toda la soberbia y la fútil insistencia en desconocer a la Asamblea Nacional Constituyente se esfumaron en cuestión de segundos.

¿Cuánto tiempo le tomó entenderlo? El suficiente para ajustarse el casco y devolverse hacia el camino del olvido como parrillera en esa moto.

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DesdeLaPlaza.com/Simón Herrera Venegas