La campaña de odio dejó 800 mil muertos en Ruanda: una advertencia para Venezuela

Recientemente se conoció el caso de la señora Almelina Carrillo Virgüez, de 47 años, quien falleció este domingo por la herida causada por un frasco con agua congelada que lanzaron desde un edificio en La Candelaria, al momento en que militantes del chavismo, que participaban en la marcha del pasado 19 de abril, circulaban por la zona.

El hecho que raya en lo irracional, genera un debate sobre los límites de la libertad de expresión y el papel que están jugando los medios de comunicación en la manipulación y generación de odio de una parte de la población hacia quienes se identifican con la Revolución Bolivariana.

La página web Alba Ciudad publicó un trabajo del periodista alternativo Luigino Bracci, en el que se muestra como la prensa jugó un papel fundamental en el genocidio ocurrido en Ruanda en el año 1994, que se inició casualmente en el mes de abril, y que dejó como saldo más de 800 mil muertos y una gran herida en esa nación africana.

A continuación el trabajo:

En el marco de los sucesos actuales en Venezuela, en los cuales se usan las redes sociales y canales de televisión, por cable e Internet para propagar el odio contra un sector de la población, publicamos esta recopilación de algunos de los artículos más consultados en Internet sobre la masacre en Ruanda.

Y no podemos negarlo: estamos preocupados. Se están usando medios de comunicación, incluyendo los tradicionales (radios como RCR 750 AM), redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram), redes de mensajería instantánea (Whatsapp, Telegram, Firechat, entre otros), televisoras web (VivoPlay, VPI, NTN24) y aquellas ubicadas en otros países (Colombia y Florida, EEUU) para esparcir mensajes de odio y deshumanización en contra de un sector de la población: aquellos que apoyan el proceso revolucionario, de forma parecida a lo que los medios de comunicación de Ruanda.

Las burlas y ataques al proceso de diálogo que propone Nicolás Maduro, y los ataques desde los medios de comunicación a aquellos políticos opositores interesados en sentarse en esta mesa de diálogo, llaman mucho la atención por su paralelo con lo ocurrido en ese país.

En este artículo combinamos algunos reportajes periodísticos sobre la tragedia ocurrida en el país africano. ¿Nuestra intención? Llamar a la reflexión y solicitar a ambas partes, sobre todo a la que se niega a dialogar, a que se busque una solución conjunta a la crisis que se vive actualmente en Venezuela.

“¿Ya mataste a tu tutsi?”. Aunque cueste creerlo, este era uno de tantos mensaje que a través de la radio se difundieron hace casi 20 años en Ruanda para que la mayoría de la etnia hutu aplastara a la minoritaria tutsi. Aquellos meses de 1994, terminaron con más de 800 mil muertos y en consecuencia con uno de los genocidios más violentos que se conozcan.

El caso del país centroafricano es uno de los ejemplos más emblemáticos de cómo los medios pueden exacerbar el odio más brutal. También es referencia del abuso del poder y de la histórica indiferencia internacional con la que gran parte del mundo ha tratado a este empobrecido continente.

Las películas Hotel Ruanda, “Sometimes in april”, “Shootings dogs” y Fosa común en Ruanda son alguna de las películas basadas en aquella “limpieza étnica” que todavía es estudiada, analizada y repudiada en el planeta.

“El fondo de todo esto fue el concepto de la riqueza”, señala Eric Omaña en un análisis difundido recientemente en redes sociales. “Los paramilitares hutus acusaron a los tutsis, en su mayoría ganaderos, porque habían sido favorecidos” por los colonialistas alemanes y los belgas, quienes, al retirarse del país en 1962, les dejaron el poder. “De hecho, a los hutus –en su mayoría agricultores– se les negaba el acceso a las escuelas, a la enseñanza y otros derechos. Siendo los hutus mayoritarios en el país, eran sometidos por la minoría tutsi que los trataba como a siervos”.

Ruanda es un pequeño país ubicado en el centro de África y situado en una región conocida como los grandes lagos. Su maltrecha economía y pobreza pueden observarse en cada rincón.

Primero, fue un protectorado alemán desde 1899 hasta 1916. Luego de finalizada la primera Guerra Mundial, quedó bajo mandato de la Liga de Naciones y después pasó a manos de la ONU, bajo la administración belga en ambos casos. Los trabajos forzados fueron practicados y la educación era limitada.

Para 1961, con el respaldo belga, los hutu tomaron el poder, desplazando a la monarquía tutsi. La República de Ruanda fue declarada. La independencia fue reconocida oficialmente en junio de 1962.

Para 1964, más de la mitad de los tutsi había huido del país. Hubo varias masacres en el país en ese período, con varios miles de muertos, aunque ninguna comparable a la de 1994.

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Hutus y tutsis

Aunque la mayoría describe a hutus y tutsis como etnias, la verdad es que ambos grupos pertenecen a la misma raza. De lo que debería hablarse es de castas. No hay ninguna diferencia racial ni lingüística entre un hutu y un tutsi. Culturalmente se trata de una división artificial, basada más en la clase social que en la etnicidad, dado que no hay diferencias lingüísticas o culturales: comparten la mayoría la misma religión y lenguaje (la mayoría son católicos y de idioma bantú). Algunos estudiosos señalan también el importante papel que tienen los colonizadores belgas en crear la idea de una raza hutu y una raza tutsi.

Inicialmente había una sola diferencia: la estatura media. Sin embargo, esa diferencia se ha ido diluyendo a través de los siglos y finalmente ha terminado desapareciendo.

Crisis alimentaria

En 1994, Ruanda vivió la peor crisis alimentaria en los últimos 50 años, una crisis que se extendió al ámbito económico cuando el país perdió más del 40% de sus exportaciones al caer a la mitad el precio del café. En este contexto y con una población que crecía sin límites, la lucha por el suelo útil enfrentó a las dos etnias: tutsis y hutus para desarrollar unos la ganadería y otros la agricultura.

El presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, era un militar de la etnia hutu. Para 1973 era el ministro de Defensa del país cuando dio un golpe de Estado y encarceló al entonces presidente, su primo Grégoire Kayibanda. En 1991, su gobierno apretó las tuercas de la represión para aplacar a los opositores tutsi que, tras regresar a Ruanda desde el exilio con el apoyo de gobiernos extranjeros (en particular el de Uganda), habían iniciado una ofensiva militar para derrocar al régimen, organizados en el Frente Patriótico Ruandés (FPR).

Acuerdos de paz

Dos años después, ambos bandos lograron sentarse en una mesa para una negociación política. El 4 de agosto de 1993, en la ciudad de Arusha, Tanzania, ambos bandos firmaron un acuerdo.

El pacto fue escandaloso para el ala radical del Poder Hutu: garantizaba el retorno de los refugiados tutsis, prometía la integración de los dos ejércitos enfrentados y establecía un gobierno de transición. Las emisoras de radio controladas por los hutu más radicales emitían falsas informaciones sobre los acuerdos de paz, buscando atemorizar a los miembros de esta etnia. Hubo hasta quien acusó al Presidente de traición.

Los acuerdos de Arusha permitieron a la ONU desplegar en el país una fuerza de paz, la Misión de Asistencia de Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR), que se instaló en suelo ruandés en octubre de 1993. La llegada de los cascos azules tranquilizó a muchos tutsis que temían por sus vidas, pero la Radio de las Mil Colinas, controlada por los hutus extremistas, aconsejaron a UNAMIR “que se quitara de en medio”, mientras que el FPR advertía las tropas de paz advirtiéndoles del “peligro que corrían”.

Asesinato del Presidente

En medio de estas graves tensiones y las acusaciones de “un intento de Estado fallido”, llegamos a abril de 1994, cuando ocurrió la chispa de la masacre el 6 de abril: el avión en el que viajaba el presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, y el presidente de Burundi, Ciprian Ntayamira, se estrelló sobre Kigali, la capital ruandesa, luego de ser impactado por dos misiles. Los hutus acusaron al FPR del magnicidio, aunque hay indicios de que el asesinato fue planeado por hutus de línea extremista, que se oponía a todo arreglo con los tutsi.

Tras el derribo del avión, la línea hutu más extremista hizo que la violencia se desbordara hasta el punto que los asesinados pasaron de los 800 mil, el 11 por ciento de la población del país. Asesinaron a un 80% de los tutsis.

La radio del odio

En esta estrategia encajó la estación de Radio privada de las Mil Colinas, apodada la radio del odio, al transmitir de manera impune mensajes racistas y de instigación al asesinato. “¡Maten a esas cucarachas!”, “¡maten a esas serpientes, que nadie quede vivo!”, “¡hay que derribar más árboles, aún no hemos derribado suficientes!”, repetían una y otra vez a lo largo de la programación. Paralelamente, se alentó a los hutu a asegurarse de que los niños tutsi también fueran blanco de los ataques.

“Las tumbas están sólo a medio llenar”, era otra de las frases que se repetían en la radio de las Mil Colinas. “Estaban provistos con más de medio millón de machetes comprados unas semanas antes a China. Los asesinos se citaban cada mañana en el campo de fútbol de Nyamata para afilar sus herramientas con piedras e iniciar el rastreo”, señala el periodista Antonio Martínez Ron.

La radio de las Mil Colinas ofrecía detalles de aquellos que debían ser acosados y asesinados: descripciones individuales y números de matrícula. Durante sus emisiones, alentó el corte de carreteras “y felicitaba a los perpetradores de las masacres de los tutsis que tenían lugar en estos bloqueos”.  “La emisora estaba en todos los controles y había miles”, aseguró un investigador de la policía. “Mucha gente nos dijo que mataban porque la radio se lo pedía”.

“Los tutsis no merecen vivir, –repetía la voz del locutor– hay que matarlos. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé”.

El politólogo y periodista Gaspar Velásquez Morillo explicó que esos mensajes deliberadamente concebidos y transmitidos consiguieron eco para alentar y profundizar las diferencias étnicas de los pueblos enfrentados, y en esa irracionalidad desbordada y colectiva inocularon en los oídos y en los sentimientos, que luego se convirtieron en acción desenfrenada entre quien se quería imponer sobre su contraparte. El profesor y periodista José Monsalve, señaló que “se desató una campaña orgánica para tratar de inducir a la población contra los tutsi, ocasionando un martirologio espeluznante de muerte. En este caso, la inducción mediática operó como un arma de guerra logrando el genocidio”.

Los paramilitares entonces tomaron las carreteras y comenzaron a revisar a cada una de las personas que transitaban. Y como Habyarimana había reestablecido las tarjetas de identificación étnica, no fue difícil distinguir quien era o no un tutsi, que representaban cerca de un 14% de la población, contra un 85% de los hutu.

Conseguir cadáveres en las vías públicas era algo de todos los días. Con disparos en la cabeza, a machetazos, a fuerza de golpes con palos con clavos o quemados vivos, los tutsi iban cayendo uno tras otro. Los paramilitares y las fuerzas del orden público tenían, además, una lista de personas que debían ser asesinadas. Ni siquiera los hutu que simpatizaban de alguna manera con una reforma se salvaban. O estabas incondicionalmente con el régimen, o no estabas.

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Canciones

¡Yo odio a estos hutus

estos hutus deshutizados que han renunciado a su identidad

que andan ciegos como imbéciles

que pueden ser conducidos a matar y que, te lo juro, matan a otros hutus!

Así decía parte de una canción interpretada por el cantante Simon Bikindi. Su interpretación se emitía de manera continua durante los días del genocidio, de poco más de tres meses.

The New York Times publicó un trabajo en 2002 que en parte decía: “En Ruanda, donde nadie lee la prensa, ni tiene televisión, la radio es la reina. Según declaraciones de testigos, muchos de los asesinos cantaban canciones de Bikindi mientras apaleaban hasta la muerte a miles de tutsis, con machetes repartidos por el Gobierno y bates caseros tachonados de clavos”.

Valerie Bemeliki, una de las seis locutoras que trabajó en la programación de la radio Mil colinas, fue condenada a cadena perpetua. La suya fue una de las voces más reconocidas de la emisora. Bemeliki fue una de las seis locutoras que trabajó en la programación especial que se inició el 6 de abril de 1994, a partir del momento en que fue abatido el avión presidencial y se desencadenó el genocidio. Su equipo pasó directamente a estar bajo control militar.

Trabajaban 24 horas, transmitiendo los comunicados de las autoridades, alentando a luchar contra el enemigo tutsi, pero también añadiendo todo tipo de comentarios personales. “A los tutsis les llamabamos escarabajos o serpientes, y eran nuestros enemigos. No decíamos id a matar, sino a trabajar. Ir al trabajo era el sinónimo que usábamos a menudo para animar a la gente a asesinar”, explicó Valérie.

“Cuando el 6 de abril abatieron el avión presidencial, todas las autoridades decían que los autores eran la gente del FPR, en colaboración con los ruandeses de la etnia tutsi. Nos decían que si el FPR controlaba el país, mataría a todos los hutus y que nos tenímos que defender porque si nos quedábamos de brazos cruzados nos iban a asesinar. Fue en este momento cuando empezamos a utilizar la radio para sensibilizar a la etnia hutu, para que matara a los tutsis. Nos salía de los más profundo del corazón. Si te convencen de que alguien viene a matarte y te dan pruebas, tú no lo negarás. Dirás, de acuerdo, pues me lo tengo que cargar yo antes”.

La radio anunciaba en antena nombres de personas que consideraba cómplices de la rebelión tutsi del Frente Patriótico Ruandés. Los interhamwe (grupo paramilitar hutu), los militares o sus vecinos tomaban nota y se encargaban de efectuar las ejecuciones.

“Sé que mi responsabilidad fue muy grande, por eso he aceptado mis pecados y he pedido perdón”, contesta Valérie. Y añade “Hay compañeras en el centro que no comprenden, me acusan de haber traicionado a los hutus. Pero yo les contesto que no servirá de nada mantener el clima de guerra y matanzas. Por el bien de nuestro país, tenemos que aprender de una vez por todas a vivir juntos”.

Televisión y prensa

Radio Ruanda, emisora pública y de gran penetración, fue otra de las utilizadas para difundir los mensajes de odio y violencia. La manipulación fue tal que esta y otras radios se dieron a la tarea de emitir informaciones falsas para debilitar los Acuerdos de Arusha, que buscaban un acuerdo entre el Gobierno y los tutsi. Periodista que no cumplía la orden, le enseñaban la puerta de salida.

La televisión pública también estaba a los pies del régimen, aunque con limitada penetración porque pocos eran los afortunados que podían comprar un televisor. La prensa escrita no era muy diferente, las publicaciones públicas eran también la voz del Gobierno. Tal es el caso de Kangura, utilizado para insultar a los tutsi. En esta plataforma extremista se publicaron los “10 mandamientos o leyes hutu”, elaborados para discriminar y eliminar a los tutsi. Expertos los han comparado con lo que sucedió en la época de Hitler con las leyes de Nüremberg.

En los aproximadamente 100 días que duró la masacre contada a partir del 3 de abril de 1994, las heridas sociales y psicológicas fueron más que profundas. Así por ejemplo, Ruanda terminó para la fecha con más de 200 mil niños huérfanos y viudas. Al día, 8 mil personas perdieron la vida a machetazos. Unos 5 mil ciudadanos quedaron mutilados. Gran parte de las mujeres que sobrevivieron fueron violadas e infectadas con el HIV.

Estimaciones de las Naciones Unidas indican que un 75% de la etnia tutsi fue exterminada.

La Iglesia

Decenas de miles de tutsis buscaron refugio en iglesias, pero incluso ahí no estaban seguros. Uno de ellos, Concilie Mukamwezi, fue con su esposo e hijos a la iglesia Sainte Famille, un complejo religioso grande en el centro de Kigali. Ella recuerda ese período con claridad. “Acababa de comprar un poco de jabón para lavar de un puesto en la calle cuando un sacerdote en uniforme militar se me acercó”, reseña un artículo de BBC.

“Lo acompañaban cuatro milicianos y estaba armado con un rifle Kalashnikov, una pistola y granadas. El sacerdote me acusó de colaborar con los rebeldes. Me apuntó con su Kalashnikov de esta manera -continúa, recogiendo un palo del piso y empuñándolo como un rifle- y dijo que iba a disparar”. Aunque pueda parecer increíble, algunos clérigos hutus estaban colaborando con el genocidio. Algunos de ellos incluso participaron directamente. La familia finalmente fue salvada por un integrante de las fuerzas de paz de Naciones Unidas en Ruanda.

En la iglesia de Ntarama, en Kigali, murieron unas 5 mil personas. Allí se construyó un Centro para la Memoria de las víctimas, como forma de recordar el genocidio.

En la iglesia católica del pueblo de Kibuye también murieron varios miles de tutsis que estaban buscando protección del genocidio que ocurría puertas afuera.

La masacre empezó en abril, pero no fue sino hasta el 22 de junio que reaccionó la comunidad internacional. El Consejo de Seguridad autorizó ese día al gobierno francés como “responsable” de forma temporal, del orden y seguridad. A finales de julio el Frente Patriótico Ruandés (tutsi) consiguió  el control de Kigali, la capital del país, obligando al gobierno hutu radical a huir. Se exilian en Zaire y, junto a ellos, dos millones de hutus.

Justicia

Tras la masacre, llegó la justicia. El Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) persiguió y castigó a los responsables del genocidio, en cumplimiento de la Convención Sobre la Prevención y el Castigo del Crimen del Genocidio. Esto contribuyó al proceso de reconciliación nacional.

En diciembre 2003 fueron condenados por genocidio e incitación pública a cometerlo, a los responsables de los “medios del odio”. Todos los acusados eran directivos de empresas de comunicación. Ferdinand Nahimana, de 53 años, antiguo director de Radio Televisión Mil Colinas y Hassan Ngeze, de 42, ex redactor jefe de la revista Kangura, fueron sentenciados a cadena perpetua, y Jean Bosco Barayagwiza, de 50, ex consejero del Ministerio ruandés de Asuntos Exteriores y fundador de la mencionada radio, a 35 años de prisión. Los tres fueron asimismo hallados culpables de conspiración para cometer genocidio y crímenes contra la humanidad en las modalidades de persecución y exterminación. En 2010, el exeditor del periódico Kamarampaka, Bernard Hategekimana, fue condenado por un tribunal popular a cadena perpetua tras ser declarado culpable de incitación, a través de su diario y de la radio, al genocidio.

“Ustedes sabían del poder que tenían las palabras y en lugar de usar medios legítimos para defender su patriotismo optaron por el genocidio”, dijo la juez. “No respetaron la responsabilidad que conlleva la libertad de expresión y envenenaron las mentes de sus lectores”. Los medios “prepararon el terreno para el genocidio”, dijo la juez, quien recordó que la radio era “el medio de comunicación que llegaba a más gente en Ruanda”. Por su parte, la revista Kangura publicó en 1990 los “diez mandamientos hutu”, que preconizaban “dejar de tener piedad con los tutsis”. Situado en Arusha, en el norte de Tanzania, el TPIR ha emitido hasta hoy 16 veredictos de culpabilidad y una absolución.

La masacre de Ruanda si bien fue una herida para la humanidad, también fue una lección para los genocidas.

DesdeLaPlaza.com/AlbaCiudad