Ernesto Sábato para mirar a la humanidad

Lo bueno de tener una gran biblioteca es que siempre tendremos un lugar al cuál llegar. A veces sin la ruta clara en la mente, hurgamos con paciencia entre los lomos de los libros que esperan pacientemente por nuestro encuentro. Así podríamos resumirnos como especie: somos aquellos que vivimos en la eterna búsqueda quién sabe de qué cosa.

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Entonces, hurgando en mi biblioteca, una tarde cualquiera con los relojes a mi favor, me encuentro con el argentino Ernesto Sábato y su libro El escritor y sus fantasmas. Sábato siempre resulta un buen lugar para detenerse, porque es de esos escritores que jamás decepcionan. Y más si se trata de este libro que es una especie de compilación de reflexiones sobre el mundo y la humanidad.

Comienzo a leerlo y me encuentro con esto: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”. Y como especie de premonición, mientras avanzo en la lectura voy despertando, página a página.

Un libro imprescindible para mirarnos a nosotros mismos
Un libro imprescindible para mirarnos a nosotros mismos

 

En un capítulo llamado De la cosa a la angustia, Sábato nos interpela con esta dura afirmación:

“Lanzado ciegamente a la conquista del mundo externo, preocupado por el solo manejo de las cosas, el hombre terminó por cosificarse él mismo, cayendo al mundo bruto en que rige el ciego determinismo. Empujado por los objetos, títere de la misma circunstancia que había contribuido a crear, el hombre dejó de ser libre, y se volvió tan anónimo e impersonal como sus instrumentos. Ya no vive en el tiempo originario del ser sino en el tiempo de sus propios relojes. Es la caída del ser en el mundo, es la exteriorización y la banalización de su existencia. Ha ganado el mundo pero se ha perdido a sí mismo”.

Así, angustiados por nuestra propia banalización, por habernos dejado colonizar por ese culto a lo material, abrimos los ojos:

“Hasta que la angustia lo despierta, aunque lo despierte a un universo de pesadilla. Tambaleante y ansioso busca nuevamente el camino de sí mismo, en medio de las tinieblas. Algo le susurra que a pesar de todo es libre o puede serlo, que de cualquier modo él no es equiparable a un engranaje. Y hasta el hecho de descubrirse mortal, la angustiosa convicción de comprender su finitud también de algún modo es reconfortante, porque al fin de cuentas le prueba que es algo distinto a aquel engranaje indiferente y neutro: le demuestra que es un ser humano. Nada más pero nada menos que un hombre”.

En Pureza, eternidad y razón, Sábato nos habla de nuestra propia condición finitamente humana:

“Somos imperfectos, nuestro cuerpo es débil, la carne es mortal y corrompible. Pero por eso mismo aspiramos a algo que no tenga esa desgraciada precariedad: a algún género de belleza que sea perfecta, a un conocimiento que valga para siempre y para todos, a principios éticos que sean absolutos. Al levantarse sobre las dos patas traseras, este extraño animal abandona para siempre la felicidad zoológica e inaugura la infelicidad metafísica que resulta de su dualidad: descabellada hambre de eternidad en un cuerpo miserable y mortal”.

Sin embargo, en su capítulo ¿Una literatura de la esperanza?, Sábato nos lanza una tabla de salvación, como si desde el paraíso de los escritores sospechara o supiera que en este despertar que él nos provoca, nos descubriéramos hundidos de tanta realidad en un solo portazo:

“El hombre no sólo está hecho de desesperanza sino, y fundamentalmente, de fe y esperanza; no sólo de muerte sino también de ansias de vida; tampoco únicamente de soledad, sino de comunión y amor (…) Y así como la desilusión nace de la ilusión, la desesperanza surge de la esperanza; pero una y otra, desilusión y desesperanza, son curiosamente, el signo de la profunda y generosa fe en el hombre”.

Esa profunda y generosa fe en la humanidad es la que nos permite seguir avanzando a pesar de las dificultades, abriéndonos paso entre las miserias, aferrándonos a un futuro comandando por las mayorías emancipadas y no por las minorías colonizadoras.

En fin, una palabra de agradecimiento a Ernesto Sábato, por hacer de la gran literatura una ventana hacia la realidad. De vez en cuando es necesario despertar del letargo de las vitrinas, las revistas de moda y las series de televisión para volvernos a reconocer como esa especie que tiene en sus manos el futuro del planeta.

 

DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello

@GipsyGastello