Temporada alta (II)

Por: Victoria Torres Brito

Por la carretera

Los caminos de la vida son muy difícil de andarlos dice una canción y en realidad, a veces, es absolutamente cierto cuando te toca viajar en temporada alta.

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Por alguna razón que a esta hora no recuerdo, una vez aproveché las vacaciones y me llegué al terminal de pasajeros, pregunté cuál era el destino más lejano y con mi morralito a cuestas, emprendí un viaje de ida y de casi 12 horas, hacia Upata en el estado Bolívar. Tuve que sacar hasta la toalla que llevaba en el bolso, porque el frío en esa guagua no era normal, no entiendo cuál es la intención y el empeño de las compañías de autobuses de poner el aire acondicionado a temperaturas inhumanas. ¿Será que pretenden conservar a los pasajeros congelados para que lleguen fresquesitos a sus destinos?

Inocentemente había pedido el puesto de la ventana para ir disfrutando del paisaje de mi hermoso país y tomar una fotitos mientras despejaba mi mente, peeeeeeero resulta que está prohibido abrir las cortinas de las unidades, así que no me quedó de otra que ponerme a ver las películas que ofrecían peeeeeeero todas estaban en inglés y con subtítulos, o sea como para que yo no pudiera hacer nada en todo el trayecto (me mareo si leo en movimiento cónchale).

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Nos detuvimos en varias ocasiones, para estirar las piernas, comer alguito, ir al baño y fumarse un cigarrito. En una de las últimas paradas y según cuentan los pocos pasajeros que quedaban (porque la gran mayoría se habían ido bajando durante la travesía) que el copiloto advirtió que esa sería una parada «breve», era un chamo joven veguerito, que me había sacado conversación para pedirme prestado el yesquero y me ofreció viajar adelante con ellos con una subida de ceja sugerente, invitación que agradecí pero que rechacé muy amablemente así como soy yo con mi sonrisota, pero como que le herí el orgullo porque se vengó, el muy desgraciado.

Había intentado, infructuosamente, hacer pipí en el baño del bus pero nanai, fue misión imposible, me iba a chorrear todas las piernas con el bamboleo, aunado a mis escasas habilidades como trapecista y el asco de tener que hacer contacto con cualquier cosa en semejante lugar, así que me aguanté hasta que llegamos a San Félix y me bajé junto a una señora que andaba con dos carajitos y fuimos a los baños públicos. Había cola, esperamos, fuimos y nos regresamos al bus que sin ningún tipo de dolor nos había dejado botadas. El miedo se apoderó de mí, recordé las veces que mi mamá me regaña por hacer las cosas sin pensar, porque sí, había dejado mi bolso, mi único bolso dentro del bus y allí mi asma emocional se desató. La señora, que también la habían abandonado junto conmigo, me haló por un brazo y nos montamos en un taxi a perseguir al bus hasta que lo encontramos en plena carretera, le hicimos señas para que se detuviera y logramos montarnos de nuevo. Le saqué el árbol genealógico al chofer (y al copiloto gozón) y se lo insulté completico. Al llegar al terminal de Upata pusimos la queja en las oficinas, pero nada pasó.

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Si se trataba de viajar en familia, me tocaba ir con mis tíos, mis dos primos y una perrita Pomerania que no dudaba en gruñirme cada vez que osaba mover los pies durante la travesía. Eso y tratar de no volverme loca por tener que ir en el medio, calarme la maña que tenía mi primo de golpear repetitiva e incansablemente su espalda contra el asiento del lado izquierdo y no quedarme sorda con los ronquidos de mi otro primo del lado derecho.

En cambio, cuando al fin mi papá consiguió un carro con el que podíamos viajar largas distancias, nos fuimos hasta Mérida. Todo fue bien, salvo que el único cassette que mi mamá ponía, era uno de Alejandro Fernández, el cual me aprendí de memoria porque lo ponían una y otra vez.

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Creo que ese fue el causante del desastre. Justo cuando estábamos cruzando el páramo, a mi mamá se le ocurrió la maravillosa idea de bajar el vidrio para que entrara un poquito de neblina y que respiráramos profundo el aire puro de los andes venezolanos, con el pequeño detalle que no lo pudo volver a subir más. Yo creo que la ventana decidió descansar de tantas rancheras y canciones de despecho que venía escuchando desde Caracas y no le dio la gana de funcionar. Atravesamos el frío inclemente de la zona poniendo una almohada en la ventana para refugiarnos del clima (sin contar que parte de nuestro presupuesto vacacional se vio mermado por el desembolso en la reparación del vidrio en cuestión). en ese viaje me dio un veriveri cuando nos devolvíamos del paseo al Observatorio Astronómico Nacional, mejor conocido como el Astrofísico de Mérida, me dio el popular «mal de páramo» y tuvimos que hacer parar el bus de emergencia y en la mitad del camino porque, literalmente, me iba a hacer encima (me reservo los detalles , por consideración a mis queridos lectores).

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Lo que más me gusta de viajar por la carretera, además de disfrutar del paisaje y conocer sitios nuevos, es detallar los matices del venezolano en cada región, sus rostros, realidades variopintas que forman parte de este país tan rico en sonrisas. Debo confesar que también el tener que probar todas las comidas típicas, es algo que amo. Me he deleitado y hasta pudiera considerarme una catadora de empanadas y pastelitos, naiboas, chicharrones, catalinas, casabe, agua’e panela con limón, picante de culo ‘e bachaco y definitivamente no hay como tener el desayuno «más balanceado» que existe: un cafecito y unas panelitas de San Joaquín.

Nunca me ha gustado quedarme dormida cuando me toca ir de copiloto mientras rodamos, siento que me perderé cualquier acontecimiento, si me rindo ante a Morfeo en plena vía. En época de vacaciones se alborotan los que tienen el pie pesado y dejan el sentido común en otro lado ocasionando accidentes y me gusta estar alerta por si a alguno de esos se le ocurre pasar por ahí y voy surfeando con la mano afuera con la velocidad del viento. Además que cuando me toca manejar, voy cantando (al mejor estilo karaoke con micrófono imaginario y todo) cada tema que tengo seleccionado para esos casos y obviamente tengo mi propia batería instalada en el tablero, bailo con el volante si el tráfico me lo permite y aumento la velocidad si la canción me lo pide, por la carretera.