El país que tenemos

La afirmación la escucho en boca de los vencidos, de los frustrados, de gente que ha vivido unas cuantas décadas de indiferencia y ausencia de compromisos, pero cuando le toca juzgar el presente, además de culpabilizar de todos los males a alguien, lo hace refiriéndose al gobierno o, específicamente al presidente, a quien ni siquiera reconocen por su responsabilidad social y política de jefe de Estado, sino a quien simplemente, nombran en despectivo por su apellido Maduro.

Decir “el país que tenemos” es decir “¡esta República no es mía!”. Así la encontré, así me la dejaron, no me pertenece, me es ajena. Conducta de enajenados, de alienados, de ajenizados ante una realidad que es y debería ser, también, su producto social.

Claro, este fenómeno es consecuencia directa de la alienación que caracteriza a las relaciones capitalistas de producción. El explotado no se reconoce en lo que genera dentro del proceso de producción. Los productos que nacen de sus manos, de su trabajo, no son suyos. El productor directo es un despojado de lo que produce, un ajenizado ante el producto que acapara e intercambia el burgués, el explotador, el patrón, para la acumulación, desigual y en pocas manos, de capital.

Esa misma relación alienada de producción se traslada o reproduce en otras esferas de las relaciones sociales, en el pensamiento, en la ideología, en lo simbólico. Por eso, lo que el proletario, el trabajador, padece en las relaciones de producción, se repite en la misma dimensión en la superestructura y el país, la formación social o los Estados donde habita, sin poder reconocerse como ciudadano, como republicano, como compatriota, tan sólo alcanza a pronunciarlo como “el país que tenemos”.

Es un tema para adelantar y profundizar un largo Diálogo en la acera, como estos que semana a semana compartimos en este portal Desde la plaza.

Venezuela, como República que se constituyó a partir de su independencia del yugo imperial español, hace 200 años, al poco tiempo de su existencia republicana pasó a ser, apenas tres breves repúblicas, “el país que tenemos”. La Cuarta República, cuyo nacimiento se inscribe en el año 1830, dibujó como paradigma referencial de los venezolanos, un sentido de no pertenencia, de ajenidad, de enajenación social, de no compromiso, de ausencia de ciudadanía y conformidad de habitante que se resigna ante “el país que tenemos”. Por lo tanto, el “habitante del país que tenemos” es un no ciudadano, un ajeno, un extraño, alguien a quien le resulta muy difícil y hasta imposible, incorporarse en la revolución que Venezuela emprendió formalmente, desde 1999, con su proceso constituyente y su Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en la que, por decisión del soberano poder popular, nuestra Democracia se define como participativa y protagónica y no “representativa” como en “el país que tenemos” y se ha quedado detenido en la inconmovible mentalidad de los vencidos, de esos que se niegan a aprender que la patria de los libres e iguales es posible, pero es reto para todas y todos, hasta hacerla definitivamente independiente y socialista.

El tema tiene sus ramificaciones y detalles. El país que tenemos, el heredado, el que no hicimos sino que padecemos, es el que las y los revolucionarios estamos transformando radicalmente a partir de febrero de 1989 y de manera más clara bajo la guía bolivariana y chavista -del Bolívar que despertó 200 años después, en el impulso y liderazgo del Comandante Hugo Chávez- durante todo este proceso democrático, participativo y protagónico, que incluye casi dos décadas de Gobierno, actualmente presidido por el camarada Nicolás Maduro.

El país que tenemos quedó atrás y sólo sobrevive como ideología dominante entre quienes se niegan a avanzar hacia el país que queremos, que nos compromete como ciudadanos y que construimos soberana e independientemente, como Patria socialista.

Ilustración: Xulio Formoso