El mío, laMai

En estos tiempos de posmodernidad paranoica y esquizoide queremos pretender o convencernos de que los patrones relacionales han cambiado. El feminismo ha logrado (el real, el genuino, el que apunta a la visibilización del género femenino y no en contraposición al masculino; el que no niega ni lo uno ni lo otro sino que recuerda que las mujeres estamos vivas y nuestro cuerpo es uno sentipensante) la enunciación, problematización, debate e incluso cambio de sentidos comunes opresores e impuestos en nuestra sociedad tanto en las mujeres como en los hombres, pero sigue siendo una movilización, un impulso, una necesidad, una búsqueda. “El mundo sigue lleno de utopías a pesar de los posmodernos”, decía JL porai.

Decimos que nos vamos a relacionar de una forma (emancipada, liberada, armoniosa, sin tapujos ni tabúes) y terminamos haciendo una cosa, o varias, que contradicen aquello muy fuertemente (juzgando a las mujeres por cómo están vestidas, justificando las violaciones y femicidios, saliendo/empatándonos con sendos mamagüebos porque no queremos estar solas, sientiéndonos culpables porque estamos solas, etc). Entonces al final tenemos rolo e cara de pajúxs o somos bien hipócritas, y como cosa rara, no lo asumimos.

Hemos dicho anteriormente que construimos relaciones mojoneadas, bizarras e incluso enfermizas con algunas personas, y que no sabemos cómo salirnos de allí hasta que todo se va tanto, tanto a la mierda que cuando tocamos fondo ya ni sabemos quiénes somos o quién es/fue esa persona. “¿Fue todo mentira? ¿Cómo llegamos acá? ¿Qué carajo fue lo que pasó? Pero, ¿Será que lx adoptó la CIA y me dejaron este pedazo de cuero coño e madre como sustituto y pensaron que no me iba a dar cuenta?” Y unx le da tanta vuelta al asunto hasta que entiende que hay cosas que no va a entender nunca, y que las que entienda no van a arreglar las vainas pero sí nos harán sanar. Justo allí viene el “ay, pero si me hubiese dado cuenta antes” o el “¿Por qué no me detuve?” Y bueno, sanamos y seguimos. Hasta que nos conseguimos otro rolo e peo y vamos entregaxs. ¡Qué divertida que es la vida!

2-mío

Pero, en medio de tanta problematización y repensamiento de las cosas, entra lo que a Y le encanta nombrar como “resemantización de los términos”, y lo que a esta negra le gusta nombrar como “cambio de horizontes epistemológicos”, o en dos platos y sin tanto intenseo académico, apropriarnos de los términos que nombran las cosas y darles la vuelta, y con ella, empezar a hacer algo distinto: reinterpretar. Osea, pasarnos las palabras y su significado heredado por el forro (o los pezones, o la lengua; como queramos) y cambiar su representación y significado mientras usamos esa misma palabra. Por ejemplo: yo soy rolo e’ marica/ mi amigo es bien marico.

El otro día, prendixs ya, estábamos burlándonos de los términos (y así mismo problematizándolos) que representan un nexo específico con quien sea que se esté en el momento: el culo, el arrejunte, el jevo, el novio, el compañero, la pareja, el marido, el marío (que no es lo mismo que el anterior), el esposo, el macho, el hombre, el mío (elMai). A mí me gustan jevo, y compañero, y macho cuando estoy borracha. Pero a M le gusta novio (y a mí se me paran los pelos) y a Y le gusta marío/esposo; y todas tenemos argumentos razonables y coherentes para usar esas palabras que sí representan nuestras relaciones, pero que son las relaciones convencionales y no lo son al mismo tiempo. Hay que partir de lo conocido para adentrarse en lo desconocido.

Ahora, ¿qué es una relación convencional y cómo la ejercemos o no? Si estamos en una, ¿Por qué andamos con un chou de que somos re posmos y mente abierta y que nuestra relación no es lo que en verdad es? O, ¿por qué cuando no estamos en una relación convencional nos cuesta tanto categorizarla? Y, ¿por qué tenemos que categorizarla? Bueno, porque nacimos en Occidente y acá si las cosas no se nombran pues no existen. Como le pasó a Montaigne cuando pisó la tierra Caribe ésta llena de indixs sin ropa pelo liso piel morena y selva y río y dantas y el pana todo loco intentando nombrar algo que para él, hasta hacía unos instantes, no existía. Nombrar las cosas las hace tangibles, las hace concretas.

Maldito Occidente, dejáme viví con mi arrejunte en paz sin estarle poniendo nombre pa que 1) nosotrxs entendamos qué coño es 2) decirle y mostrarle a la gente (que tanto, tanto le importa) qué coño es.

Pero, como en efecto vivimos en Occidente y fuimos/seguimos siendo colonizados y como el lenguaje heredado es otra forma de dominación y así mismo la palabra sí nos emancipa, seamos unxs antropófagxs sensuales, caribes, revolucionarixs y con que jode hambre.

3-mío

Recuerdo cuando mencionaba “pareja” en mi familia y eso me hacía automáticamente lesbiana. Chimbo porque 1) Pareja parecía ser sumamente ambiguo, como si escondiera algo 2) Cuál es el peo si fuese lesbiana. Ahora me pasa que dependiendo del espacio me voy bandeando entre términos pa no caer en explicaciones porque qué güebo, pana. Las relaciones que construimos vienen de nosotrxs y de la otra persona y eso, lamentablemente pal resto, se queda bien allí, bien en ese espacio, bien guardado. Así sean unos reservadxs obsesivos con su privacidad o unxs chouserxs dementes publícalotodo en Facebook, sólo esas personas, las que sean, saben (en ocasiones a medias) lo que pasa allí dentro, y el nombre categoriza pero también hace que lo que sea que eso es exista.

El nombre elegido no puede ser entonces una rendidera e’ cuentas, ni pa nosotrxs ni pal de afuera, sino más bien una elección nuestra de lo que sea que la relación es. Si el pana es el culo, que sea el culo; si es el arrejunte, que sea el arrejunte; si es el jevo, que lo sea; si es el carajo de su vida con el que se quieren casar por papel y llamar esposo, que lo sea; y si es el tipo con el que quieren vivir pa siempre sin firmá papel ni dar hijxs y quieren llamar marío, coño, que lo sea. Que lo sean todo, pero que lo sean de verdad. De panita. Así real, original. “De Caracas pal mundo remixxx”, ytal.

Apropiarse de los términos, re-semantizarlos, le da una nueva dimensión representativa lo que hacemos, a cómo accionamos, y en ese sentido, cambiamos las movilizaciones culturales a las que estamos acostumbradxs. Tenemos la capacidad de transformar, claro que sí, pero cuando se hace con el coco frío y el corazón seguro parece que pesa, que se extiende incluso más en el tiempo.

 Hay gente que me ha dicho que conceptualemente la re-semantiuzación de los términos, la re-dimensión de su significado y en ese sentido su carga discursiva es pura excusa, o parecieran eufemismos. Yo creo que es bien de pinga robarnos algo que en primera instancia nos pusieron encima y desde allí darle la vuelta. Hambre pa comernos términos, ganas de construir nuevos horizontes.

Sahili Franco

Nació en Caracas, el 15 de marzo de 1990. Inició su carrera editorial en el Taller de Creación Editorial Agujero Negro, formando parte del equipo de editorxs, correctorxs y productorxs de contenido de esta revista, órgano divulgativo de la Escuela de Artes-UCV. Durante ese período, inició paralelamente y de forma autodidacta estudios sobre la imagen, la gráfica, la fotografía, el cine y el audiovisual. Su producción de contenidos apunta a la comunicación pertinente de historias de vida que hablan respecto a la soberanía de los cuerpos, la alimentaria, la des-mercantilización de la vida y a las contradicciones discursivas y estructurales que enfrentamos como pueblo oprimido, colonizado y en eterna resistencia al mismo tiempo que incluye la necesidad discursiva y coyuntural que nos tocará atacar al momento. Sus canales de participación son el impreso y el web, y sus formatos, video y texto en géneros como la crónica, pequeños cuentos y micros.

Actualmente produce contenidos desde sus pequeñas trincheras de lucha, y trabaja como productora audiovisual freelance.