(perversas) Cotidianidades (II)

Cuando una mujer
 barre
quizás pretenda
desaparecer una historia
o dos
Ama de casa
Yurimia Boscán

Es muy cierto que en los últimos años (con los movimientos feministas y su lucha incansable por la liberación y reconocimiento del género femenino, con sus amplias contradicciones) las cosas han cambiado. Yo no me atrevo a decir que en los espacios cotidianos ya no hay machismo, pero empezamos a visibilizarlo y a apuntar a modificar nuestros patrones conductuales.

Hay prácticas opresoras que las mujeres hemos hecho conscientes, y hay algunas que ni aunque nos caigan encima las vemos. Y así mismo, no vemos tampoco cómo nosotras oprimimos desde el control excesivo y desde los mecanismos de defensa que hemos adoptado para protegernos. El espacio de convivencia se hace propicio, entonces, para visibilizar todo esto y empezar a modificarlo, la cuestión está en desde dónde partimos. ¿Necesitamos un librito, un manual? Sistematización de las experiencias, ajá…

Material teórico hay. De que hay, hay. Adelante, leamos e investiguemos, pero hay que empezar a identificar esas prácticas nuevas que vamos destinando a la cotidianidad y que apuntan a la liberación y a la sana convivencia, y aplicarlas y replicarlas.

Ahora, ¿cómo, precisamente, desde ese espacio común, desde eso que también se convierte en una trinchera de lucha, pueden desentrañarse esas mañas? ¿Cómo hemos aprendido a identificar los micromachismos? ¿Cómo los deconstruimos, cómo los desentrañamos? ¿Cómo crecemos a partir de ese modelo y cómo no lo repetimos? ¿Cómo hemos aprendido a distinguir las acciones violentas o agresivas de las que no lo son?

cotidianidades-2

A mi nadie me enseñó a caminar en la calle, por ejemplo. Mi mamá no me preparó para ello y mi papá tampoco me protegió. Yo me fui dando cuenta, en medio de agarradas de nalgas y sadiqueos mojaditos en la oreja a qué me enfrentaba. Pero, ¿cómo pasé de pensar que era normal a voltearme y decirle sus vainas? A no naturalizar esta mierda, y otros miles de horrores a los que nos enfrentamos día día, especialmente en casa.

Ahora, ¿la sobreprotección paterna o de los hermanos es machista, es agresiva? ¿El excesivo control nuestro lo es también? ¿Y el abandono? Si nosotras somos dueñas de nuestras voluntades, de nuestras decisiones, ¿cómo nos damos cuenta de que están disponiendo de nosotras y, además, cómo ejercemos esas voluntades? ¿Cómo mi mamá se despojó de algunas conductas machistas que había aprendido en la crianza y logró criarme? Y, ¿cómo sigue reflejando algunas que sí son machistas? Por ejemplo, “Yo puedo sola, no necesito ayuda, estás en mi camino”. PERO. “Nadie me ayuda en la cocina”.

¿Cómo, desde ese espacio colectivo y compartido, nos construimos a nosotrxs mismxs? ¿Cómo identificamos las imposiciones y los irrespetos? Y así mismo, ¿Cómo identificamos los terrenos comunes?

Y cómo, cuando decidimos dejar atrás ese espacio en el que hacíamos vida porque está agotado, movernos a otro según nuestras necesidades y pulsiones, ¿no arrastramos todas las malas mañas con las que crecimos, con las que aprendimos a movernos y tan insertadas en el coco tenemos? ¿Cómo construimos un espacio de soledad, por ejemplo, donde no repliquemos eso mismo?

Mi relación con mi papá ha cambiado por completo, y es así porque yo le he echado la bola pareja, he sido insistente hasta el puto cansancio, y él ha ido entendiendo y abriéndose camino. Tenemos encuentros duros, todavía, y no creo que dejen de suceder, pero ahorita hay un espacio concreto y legitimado para visibilizar los machismos, enunciarlos y denunciarlos, y apuntar a que dejen de suceder a pesar de que en ocasiones él me descalifique y así deslegitime mis luchas, o yo exagere con mis molestias.

La invisibilización de quien tenemos enfrente, el no reconocimiento de que esa otra persona tiene una cosmovisión distinta a la nuestra, que es, en efecto, otra persona-cuerpo, y por tanto se mueve distinto, desencadena todo lo anterior. Nos enseñaron a encerrarnos en nosotrxs mismxs y a aprovecharnos de la otra persona, y al mismo tiempo nos obligaron a emparejarnos con unas condiciones inquebrantables y a relacionarnos malsanamente. Senda herencia.

Entonces, ¿Cómo encontramos los espacios comunes lxs unxs entre lxs otrxs? ¿La convivencia perfecta existe? ¿Dónde empieza el respecto y dónde termina? ¿Cuáles son los puntos de no retorno? ¿Cuál es el punto de partida? ¿Cómo resolvemos esto si lo que queremos es vivir solxs con los cactus y los gatos? ¿Es una pulsión burguesa la necesidad de la construcción solitaria de un espacio de vida?

Quizá alguna respuesta esté en ver a quien tenemos de frente; verlx de verdad, de pana. Reconocer sus verdades, particularidades, contradicciones, horrores y hermosuras todo en conjunto, e intentar, controlando al ego, encontrarnos a la mitad del camino. Quizá haya que ceder un poco de nosotrxs mismxs, quizá haya que saber decir hasta dónde fue suficiente, también.

Creo que para ir ganando terreno debemos atender a nuestras inseguridades: hacerlas conscientes. Insisto: las mujeres NO podemos seguir argumentando nuestras molestias legítimas con nuestras inseguridades estructurales. A las inseguridades hay que agarrarlas de la mano y sacárnoslas del pecho donde hacen tanto daño, donde enceguecen. Y los hombres NO pueden seguir pretendiendo construir desde el “me lo hubieras pedido”. Entrompen, nojoda. Abran espacios para ir soltando sus obviedades, porque si yo me puedo voltear en Capitolio a decirle 4 vainas a un güevón pasao, ustedes pueden hacer consciente no abrir la boca para decir nada. Dejemos de cagar tan chimbamente toda vaina a nuestro paso.

También pudiéramos empezar a diferenciar si las molestias nuestras son legítimas o no; a veces lo emocional acaece bastante y la intolerancia y el cansancio se sobreponen.  Luego, está el ego. Mardito chocón. Pero sí, hay que bajarle mil. El ego impide que nos calmemos y veamos las cosas con la dimensión que les toca, con la que se merecen y contamina el terreno en que el estamos situadxs. Ego a’lante se camina y se atropella.

No importa lo que esté sucediendo al momento, podremos crear espacios para la comunicación desde el poco a poco; no todo debe resolverse en una sentada. Las relaciones se arman con tiempo, esfuerzo, muchas ganas de estar allí, y mucho cariño. Hay que luchar, caerse a coñazos, agotarse, retomar, continuar.

Sí, en ocasiones todo se va a la mierda y es irrecuperable. Pero por lo menos aprendamos de aquello, reconozcamos nuestra cuota de responsabilidad y no repitamos la cagada. No vamos a evitar equivocarnos y hacer daño, menos en un constructo machista tan jodido, tan arraigado a nosotrxs y a nuestras formas de hacer; pero la idea es partir de allí, desde lo que somos y desde quien tenemos delante. No puede olvidársenos que tenemos alguien adelante.

Sahili Franco

Nació en Caracas, el 15 de marzo de 1990. Inició su carrera editorial en el Taller de Creación Editorial Agujero Negro, formando parte del equipo de editorxs, correctorxs y productorxs de contenido de esta revista, órgano divulgativo de la Escuela de Artes-UCV. Durante ese período, inició paralelamente y de forma autodidacta estudios sobre la imagen, la gráfica, la fotografía, el cine y el audiovisual. Su producción de contenidos apunta a la comunicación pertinente de historias de vida que hablan respecto a la soberanía de los cuerpos, la alimentaria, la des-mercantilización de la vida y a las contradicciones discursivas y estructurales que enfrentamos como pueblo oprimido, colonizado y en eterna resistencia al mismo tiempo que incluye la necesidad discursiva y coyuntural que nos tocará atacar al momento. Sus canales de participación son el impreso y el web, y sus formatos, video y texto en géneros como la crónica, pequeños cuentos y micros.

Actualmente produce contenidos desde sus pequeñas trincheras de lucha, y trabaja como productora audiovisual freelance.