Liberar al niño interno, es tarea de todos

Por: Victoria Torres Brito

Desde hace algunas décadas, por presiones de la sociedad y por prejuicios absurdos, hemos reprimido a ese niño interno y necesitamos dejarlo salir a jugar un rato.

¿Hace cuanto tiempo no te ensucias saltando en un charco? o ¿cuándo fue la última vez que iniciaste una pelea de almohadas? ¿No has atacado a cosquillas a nadie? ¿Ya no le pides deseos a las estrellas fugaces? ¿Ya no te provoca bailar en la calle? ¿Le has cambiado la letra a las canciones? ¿Cuentas chistes?

Nacemos con el PAN bajo el brazo

En la universidad recuerdo que había una materia optativa que se llamaba “Comunicación y Liderazgo” la gran mayoría la inscribía por los créditos que otorgaba y porque no había evaluaciones escritas, además en esa clase los compañeros podían compartir otras cosas que no eran guías y reportajes, contando un poco más de la vida de cada uno, le chismeábamos la vida privada pues. Había quien la aprovechaba para hacer una especie de terapia grupal y desahogarse de algún problema personal. Allí conocí el bendito PAN, no tiene nada que ver con ningún tipo de alimento ni marca. No sé mucho de psicoanálisis pero es la teoría del análisis transaccional en la que el yo, el ello y el superyo se transforman en tres roles: Padre – Adulto – Niño.

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Les explico rapidito: El Padre es el que juzga, también aconseja, critica y protege. El Adulto, es el que razona y computa la realidad, el que maneja conceptos de ética y el que sabe lo que conviene hacer y está El Niño, que es el que siente, crea, intuye, el que está cerca de las emociones.

Entonces yo creo que el PAN ese, hay muchos que lo tenemos invertido o con porcentajes no equitativos, hay gente que se mantiene permanentemente en uno sólo de esos roles y tampoco así. Debemos distribuirlos para no rayar en la ridiculez ni vivir amargados. Pero insisto en lo de dejar salir al niño interno, porque vivimos muy estresados en responsabilidades y satisfaciendo necesidades ajenas, ya no nos detenemos a disfrutar, a sentir, a crear, a divertirnos.

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La felicidad no se compra

Si ves a alguien que camina por la calle con una sonrisa en la cara, crees que está loco o que se está acordando de alguna picardía. No piensas que está feliz y ya. Estamos acostumbrados a poner cara de culo, cuando lo que más desarma y a la vez abre puertas, es una buena sonrisa. Debemos comernos ese PAN con sabiduría, dejando que el niño juegue mucho más, soltarlo de vez en cuando para echar broma, burlarse de uno mismo, permitirse ser feliz con más periodicidad.

Las fechas que fueron creadas por y para el comercio a veces nos dan la oportunidad de recordar lo que es importante realmente. El tiempo de calidad que puedas compartir con los más pequeños de la casa no necesariamente deben estar condicionados por la adquisición de juguetes o cosas materiales. No importa cuánto sean bombardeados por meses con los nuevos inventos de la industria para idiotizar a las nuevas generaciones, recargándolas de valores equivocados. Sin llegar al extremo del complejo de Peter Pan, podemos aprovechar las oportunidades que se nos presenten para liberar al carajito, a ese Panchito Mandefuá, a la preguntona de Mafalda, al imaginativo de Calvin y Hobbes. Los tenemos cautivos y cada día nos damos cuenta que debemos sentir primero, dejar que sean ellos los que tomen las decisiones y esperar que sean las más acertadas.

Superhero kid
Superhero kid

A luchar por la justicia

Tenemos la tarea de rescatar esa titánica labor de clasificar y conseguir las mil y un formas en las que se pueden convertir las nubes en cualquier tarde. Crear la policía para que averigüe a dónde se llevan a los amigos imaginarios cuando crecemos. Vamos discutir seriamente cómo las reglas de cualquier juego de pelota pueden ser modificadas según las circunstancias. Concursemos a diario en los cantos desafinados mientras nos estamos bañando. Defendamos la necesidad de reír a carcajadas al menos una vez al día.

Empeñémonos en hacer las burbujas de jabón lo más grandes posibles. Asistamos en primera fila al festival mundial de las muecas que hacemos a los bebés y ver qué tan largo llegamos la lengua hasta la punta de la nariz. Convirtámonos de una buena vez en ese superhéroe que siempre hemos sido. Bailemos hasta cuando estemos viejitos.