¿Nos entendemos en directo con el imperio?

Por: Iván Padilla

Es indudable que una de las características de la Quinta República es que se construye sobre el signo de la paz social y política. La paz no es ausencia de conflictos. Y, en las sociedades divididas en clases –el capitalismo es, históricamente, la última de ellas- la paz es una forma de relacionarse políticamente para mantener un relativo equilibrio social que impida o contenga las guerras y sus consecuencias cruentas.

La búsqueda de esa especie de consenso por la paz casi siempre lleva a los dominadores a inventar fórmulas “democráticas” por las que los dominados perciban que tienen acceso a un tipo de participación que les compromete a aceptar las desigualdades en aras de una esperanza de que se podrá ir mejor luego. En estos casos, el dominio se mantiene y la represión –característica de todo Estado- es reducida a su mínima expresión de uniformes y pertrechos listos por si el desequilibrio asecha.

Hoy, defender la paz desde el Gobierno Bolivariano y Chavista que preside el camarada Nicolás Maduro, es una tarea compleja y no siempre comprensible. Sobre todo si se toma en cuenta que el enemigo imperial estadounidense, no ha dejado de trabajar ni un segundo en la tarea de debilitar y derrotar la conciencia de un pueblo que ha ido adquiriendo la más fuerte de las armas con las que se puede enfrentar y derrotar al capitalismo: la conciencia de clase proletaria.

Los aparatos estadounidenses de coerción imperial, como la CIA y el Pentágono, apuntan contra el pueblo venezolano, no para vencerlo directamente por las armas (aunque esa es una opción cada vez más presente como complementaria) sino para conseguirlo por la alienación, el adocenamiento y el derrumbe de la memoria colectiva. Es aquí donde la guerra mediática y simbólica, ocupa un lugar preponderante en la batalla por acabar con la Revolución Bolivariana y Chavista.

¿Aplastar por las armas?

Una de las cosas que podría parecer, relativamente, más fácil de lograr por los Estados Unidos, es vencer a Venezuela y a los demás países de Nuestramérica, por la vía militar. Cuentan con la fuerza armada más moderna y mejor equipada del mundo entero y, un desembarco de sus marines en nuestras costas, les permitiría sembrar de banderas gringas el territorio nacional, en muy pocas horas o días.

Por algo no lo hacen. La experiencia de múltiples derrotas, propinadas por parte de pueblos más pequeños y prácticamente desarmados –como Vietnam, por nombrar sólo a uno de los más emblemáticos del mundo, a mediados del pasado siglo- les lleva a contemplar muchos imponderables. Venezuela podría convertirse en una enorme caja de sorpresas para ellos, así como la solidaridad de vecinos nuestroamericanos y la eventual participación de aliados mundiales antiimperialistas, como Rusia o China. De allí que para nada sorprenda el que en un cuadro de tensiones políticas, amenazas, guerra sucia, diplomática, económica y mediática contra Venezuela, aún Estados Unidos acepte establecer un diálogo con el presidente venezolano, Nicolás Maduro, en el propio palacio de Miraflores y enviando como vocero del gobierno que encabeza Barack Obama, a su subsecretario de Estado para asuntos latinoamericanos, Thomas Shannon.

La Venezuela del Diálogo y la Paz

En Venezuela, la aparición de una propuesta política, soberana e independiente, factible como la Revolución Bolivariana, nace a partir de la rebelión militar y civil que estalló el 4 de febrero de 1992 y fue comandada por el teniente coronel del ejército, Hugo Rafael Chávez Frías. Las virtudes, el arrojo, la ecuanimidad y el liderazgo de este Comandante que asume la responsabilidad por el intento de derrocar al gobierno que encabezaba Carlos Andrés Pérez, lo inscriben en la historia presente como un imprescindible que llega a nuestros días revestido con el título honorífico de Comandante Supremo, cuyo ideario bolivariano y su proyección hacia la PatriaChávez socialista son imperativos de conducción en el proceso actual y en el Gobierno que preside el camarada Nicolás Maduro.

Los esfuerzos por gobernar desde un enfoque de auténtica soberanía popular y con una abierta declaración anticapitalista y antiimperialista como la que supo construir Hugo Chávez durante sus casi 14 años de gobierno directo, fueron enormes. Los aparatos imperiales estadounidenses, tan pronto como detectaron la irreductibilidad del liderazgo del Comandante Chávez y la construcción –por parte de éste-  de alianzas de nuevo tipo para debilitar a la hegemonía del capital y su control sobre toda el área sur y centro nuestroamericana, arreciaron su búsqueda desesperada por recuperar lo que siempre habían logrado convertir en su “patio trasero”.

El enemigo histórico de los pueblos multiculturales y multisoberanos  de Nuestramérica y, también, del mundo entero,  emprendería un nuevo campo  de estrategias para debilitar y detener esas nuevas expresiones de contrahegemonía encabezadas por el Comandante Chávez. Es así, como, entre otros de esos intentos del imperio yanqui, atacan fuertemente a Venezuela en el año 2002 con un golpe de Estado exitoso y con un paro petrolero muy prolongado y debilitador del pueblo revolucionario.

Chávez no deja nunca de apostar a la paz y públicamente perdona a sus agresores. Sigue construyendo caminos de independencia y libertad para Venezuela y Nuestramérica, pero también comienza a apostar abiertamente por el socialismo como alternativa cierta ante el capitalismo.

Las contradicciones internas

La idea de “salir de Maduro”, como consigna política utilizada por los aparatos del imperio yanqui y sus lacayos instalados aquí o en vecinos países y organismos multiestatales como la OEA, podría no representar otra cosa para los estrategas de la guerra contrarrevolucionaria que ataca hoy a Venezuela, sino eso, una consigna.

Salir de Maduro podría ser, a su vez, el comienzo de batallas antiimperialistas mucho mayores que las presentes y expresadas ya no sólo como guerras de posición o luchas hegemónicas, sino como guerras de movimientos, insurreccionales y subversivas, en las que –tendencialmente- los victoriosos son los pueblos (y volvemos a invocar a Vietnam, como uno solo de los tantos ejemplos).

Estados Unidos sabe, como lo sabemos muy bien los revolucionarios que revisamos los hechos con perspectiva de clase y cosmovisión proletaria de totalidad de lo real, que “salir de Maduro” es la misma esperanza gringa que han tenido con el “derrumbe del muro de Berlín”, la “caída de la Unión Soviética”, las invasiones a Afganistán e Irak y, más recientemente, con la implosión terrorista en el autoatentado contra las torres gemelas del Word Trade Center: consolidar el poderío imperial del capitalismo, concentrado simbólicamente en los Estados Unidos.

Entre tanto, al interior de Venezuela y, peor aún, al interior de las filas políticas y militares de la Revolución Bolivariana y Chavistas, ese mismo imperio capitalista trabaja con todos sus aparatos (especialmente los mediáticos) para derrotar la conciencia, para destruir la memoria, desbarrancar nuestros símbolos y convencernos de que es urgente “salir de Maduro”… Ya hay muchos pequeñoburgueses izquierdistas, los “clase media” y ultrosos del macdonalismo, sumando sus consignas a la renuncia, potencial o real del presidente venezolano.

Si nos vencen en  lo simbólico, si nos trastocan la conciencia, si nos arrancan la memoria, entonces sí es verdad que el enemigo nos habrá ganado la guerra. Por eso resistir, resistir en diálogo, también es algo que debemos asumir desde la conciencia, desde el pensamiento.

Ilustración: Iván Lira