Horror a la Gordiburguesía

Hace pocos días en un almuerzo con varios compañeros de trabajo, alguien exaltado por los rigores de esta dura y larga guerra económica, soltó una frase que por su elevada dosis de estereotipado reduccionismo, encendió automáticamente mis alarmas contra el fascismo y la intolerancia. Según este personaje, palabras más, palabras menos: “todo aquel que está gordo o gorda es un vil enchufado que goza groseramente de las mieles del poder”.

Ante semejante axioma, y siendo que yo junto con otro colega en un grupo de al menos ocho personas, éramos los únicos gorditos, de inmediato vino a mi cabeza la canción de “El negro bembón”, magistralmente interpretada por ese baluarte de la música afrocaribeña que es Maelo Rivera, específicamente en aquella estrofa donde el guardia le pregunta al homicida, que cuál había sido el móvil del crimen y el asesino contestaba sin contratiempos que lo había despachado por bembón. Entonces el guardia escondiendo la bemba le responde: “esa no es razón, para matar al bembón”. No pude evitar meter la barriga antes de expresar mi rechazo categórico hacia esa metodología taxonómica tan injusta, como halada de los cabellos.

Lo más preocupante es que no es la primera que vez que escucho razonamientos de este tipo. Es verdad que las generalizaciones están a la orden del día, alimentadas por la ignorancia y la desinformación, pero esta especie se ha ido posicionando en el imaginario colectivo, al igual que otra igualmente nociva: todo aquel que es funcionario público, es corrupto, burócrata e ineficiente.

A ver, tenemos entonces que los gordos son chavistas y los chavistas son ladrones. De tanto repetir estas patrañas, van calando en distintos círculos, incluso entre gente que se identifica con los movimientos de izquierda. Entonces es necesario decir, aunque parezca redundante, que las generalizaciones son vagas y sin fundamento, pero además que estas formas de categorización, así como los prejuicios y/o estereotipos, han sido las armas predilectas del discurso comunicacional hegemónico para perpetuar diversos mecanismos de sometimiento psicológico.

Lo vemos a diario en la mediocre industria cinematográfica de Hollywood, en la gran mayoría de las series televisadas norteamericanas, en las telenovelas latinoamericanas y lo escuchamos en muchas canciones. Todas plagadas de estereotipos que sobresalen por su alta dosis de sexismo, clasismo o racismo. Decir árabe o musulmán es equivalente a terrorista o fanático religioso que lanza bombas y comete atentados, decir africano es lo mismo que hablar de violencia, armas y sangre; mencionar chino es lo mismo que referirse a perfidia, mala calidad y piratería; y hablar de latinoamericano es igual a señalar narcotráfico, prostitución y corrupción.

No es casualidad que todos los gentilicios mencionados formen parte de regiones largamente dominadas por diferentes imperios a lo largo de la historia. Asia y Oriente Medio han estado sometidos bajo la impronta de Francia primero, Inglaterra luego y actualmente los Estados Unidos, lo mismo que en América Latina el yugo español dio paso a una fuerte influencia francesa, luego inglesa y actualmente norteamericana.

Estas formas de descalificación, tan cotidianas en las representaciones que se hacen del llamado Tercer Mundo, bueno ya no sabemos si se refieren a un cuarto o quinto, sirven de combustible a diferentes formas de odio, que a su vez funcionan como el pretexto perfecto para alimentar movimientos separatistas, grupos paramilitares y guerras fratricidas, al estilo de Bosnia Herzegovina, Ruanda (años noventa) y más recientemente Libia, Siria, Afganistán, Irak y pare de contar.

Se ha dicho hasta el cansancio que Venezuela está en el ojo del huracán de una lucha encarnizada por recursos minerales y energéticos, pero nunca está de más repetirlo. Todo lo que podamos hacer para desactivar el veneno que corre a borbotones por redes sociales y en la programación de medios convencionales es necesario hacerlo. “Valga bien la aclaración”, como diría otro inmortal de la salsa, Héctor Lavoe, no todo gordito es corrupto, ni todo funcionario es ineficiente, así como tampoco todo empresario es honesto o todo líder de Primero Justicia es gay.

Los estereotipos, las generalizaciones y los prejuicios son extremadamente negativos vengan de donde vengan y los diga quien los diga. Si hay algo que está reñido de plano con el modelo humanista de inclusión social que promueve el movimiento revolucionario son precisamente estas lamentables categorizaciones por su simplismo y su banalidad, carentes de toda lógica.

Mala alimentación

Ahora bien hecha la necesaria aclaratoria analicemos someramente el tema con algunas cifras. De esta forma veremos que el fenómeno del sobrepeso y la obesidad constituyen un problema de salud a escala mundial, que además está muy asociado con malos hábitos alimenticios y un estilo de vida tendiente al sedentarismo.

De acuerdo con un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) un poco más del 30% de la población adulta se puede clasificar como obesa en Venezuela. Esto de acuerdo con los índices de masa corporal, que resultan de dividir el cuadrado de la estatura por el peso. Lo que quiere decir que en el país existen cerca de nueve millones de gorditos. Es una cifra bastante, bastante elevada, pero es imposible pensar que todos en ese universo engloben en la categoría de corruptos, enchufados, chavistas, castrocriptocomunistas.

Otro dato resaltante de los últimos tiempos es que la ingesta de calorías por persona se ha disparado. De acuerdo con investigaciones de la profesora, Pascualina Curcio, entre los años 1998 y 2015 el consumo diario de kilocalorías pasó de 2.262 a 3.055. Un salto exponencial, producto, entre otras cosas, de un esfuerzo titánico por democratizar el acceso a bienes alimenticios considerados de primera necesidad como la carne, el pollo, la leche y sus derivados, entre muchos otros.

El punto es que de una política positiva como el subsidio a los alimentos se han generado otros problemas, dado que la industria que monopoliza este ramo privilegia la producción de harinas altamente refinadas, cuyo consumo excesivo generan sobrepeso y/u obesidad. Por eso más que satanizar a los gordos y gordas, esta guerra económica representa una buena oportunidad para depurar nuestros hábitos alimenticios y descartar la alta dependencia de harinas refinadas y bebidas gaseosas.

Supone un cambio radical en los patrones de consumo, que en muchos casos se ha dado de manera forzosa, pero es un buen comienzo, sobre todo en mundo loco lleno de dramáticas paradojas, donde un tercio de la comida que se produce se tira a la basura, más de mil millones de personas pasan hambre y al menos 600 millones son obesos. Por todo lo expuesto no me queda más remedio que declararle “horror a la gordiburguesía”, otra vez metiendo mi panza.

DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova