Invocaciones peligrosas

Hay gente que cree que la guerra es un juego y la invocan como si se tratara de una alternativa de la que se puede salir ileso. Esto fue lo que pensé inmediatamente cuando escuché una frase temeraria de una mujer sencilla que le decía a otra: «aquí tiene que haber al menos cuarenta muertos para salir de esto, porque de lo contrario morirán más si esta gente no cae».  

Aquella idea peregrina era consecuencia del desencanto después de una jornada en la que una «ayuda humanitaria» de la «comunidad internacional» no consiguió su objetivo de entrar a la fuerza al país desde Colombia. Por un rato me quedé masticando la frase. La desbaraté y la rearmé con la esperanza de que tuviera algún defecto de origen que la hiciera menos explícita o vulnerable a segundas interpretaciones, pero al final de tanta maroma mental llegué a la misma conclusión de la primera impresión fulminante: era fatalmente inequívoca.

En el aire recordé una frase aleccionadora que es una advertencia para esa tropa de insensatos que invocan una invasión a Venezuela: «aquel que llama la guerra hasta su casa, heredará el viento». Pero aquella idea peregrina no era una ocurrencia espontánea de una mujer perturbada por el desencanto, pues se parece demasiado a lo que antes dijera el Presidente imaginario Juan Guaidó, cuando declaró sin ánimo de arrepentimiento que «los muertos son una inversión en futuro».

El daño perpetrado por este afán de resolver con odio una ambición política ha conducido a más de uno hasta la falta de cordura de sostener que una guerra de invasión sería un mal necesario que apenas durará dos o tres días, ignorando que «el Dictador» no resistirá solo, ya que no son pocos, los que a costa de sus vidas, pelearán tercamente junto a él por defender el territorio.

Si bien a este país históricamente no le han faltado traidores, también es cierto que tampoco le ha faltado pueblo que lo defienda, y aunque haya pasado mucho tiempo desde la última guerra, aún no olvida cómo se pelea.

DesdeLaPlaza.com/ Carlos Arellán Solórzano