Y la bajadita llegó…

Estas líneas no nacen del odio, el rencor o el resentimiento que se ha vuelto tan común en ciertas zonas de Caracas, donde sus habitantes reos de un liderazgo absolutamente irresponsable, han quedado entrampados en una espiral de violencia, que les subsume en un estado mental-emocional peligroso.

Estos hermanos y hermanas, lamentablemente, rezuman desesperanza, frustración y rabia, pero nosotros -al igual que millones de compatriotas- albergamos en nuestros corazones profundos sentimientos de amor y esperanza. Escribimos desde el compromiso con los que se fueron y la alegría por los que apenas comienzan a crecer, así como los que vendrán.

Crecí en un hogar de clase media-media en el que mis padres, ambos profesionales universitarios de tendencia izquierdosa, me enseñaron a mí y a mis hermanos la importancia de la familia, de la solidaridad y del compromiso hasta el final. Aprendimos a ser Patria o Muerte, a querer nuestra herencia, a no avergonzarnos nunca de nuestro costado indígena y/o afro como dice el poeta Pereira, sino más bien a enorgullecernos de esa herencia mestiza, de nuestra raza bravía, alegre e indómita a la vez.

En ese pequeño mundo de nuestra casa se ocultaban muy bien las miserias del inhumano capitalismo, y es que todos éramos iguales: no existía racismo, clasismo, ni despotismo, ni mucho menos sexismo, ni ninguna de las formas de opresión tan caras a este sistema.

Trabajábamos, y aún lo hacemos, muy duro para salir adelante. Pero fuera de nuestro hogar la cosa era muy distinta. Viví y crecí en los estertores de la Venezuela neoliberal salvaje. La del “Caracazo” que a su vez venía del “Viernes Negro”, la misma de los adecos y sus frasesitas estúpidas, para naturalizar su corrupción y su mediocridad: “A mí que no me den, que me pongan donde haiga”, “los adecos roban, pero dejan robar”, “en este país no hay ninguna razón para no robar” y un largo etc. de otras perlas como esa.

Era el país de las obscenas inmoralidades, de las barraganas con gastos “cubridos”, que encabezaban ascensos militares, para hacerle el quite a un presidente borrachito que no se podía tener en pie gracias a su pea y a su “cuerpo cobarde”.

“Un amor de cosas bellas”

El país de las calamidades, de la escasez programada, la inflación inducida, la congelación de salarios, los paros de maestros, médicos y profesores universitarios. En fin, de la crisis perpetua, del presupuesto siempre exiguo para la salud, el deporte y la educación a cualquiera de sus niveles, de los viejitos perseguidos a plan de peinilla por osar reclamar una pensión ínfima, de los teteros con agua de pasta, de las cifras espantosas de Fundacredesa, de la miseria, el hambre y la delincuencia desbordada. De las cárceles aterradoras, las carreteras inconclusas, la indefensión ciudadana y las instituciones chucutas, de la droga, las mafias y la extorsión de las mafias judiciales de Morales Bello, ahhh sí y de las mises hermosas en una noche tan linda.

Prevalecía el desprecio por nosotros mismos. Si es venezolano no sirve, es vergonzoso, lo que vale es lo importado se dejaba oír con frecuencia en cualquier espacio. Era el país desindustrializado de tasas de interés leoninas. Era el desastre.

Contra todo eso se levantó el Comandante Chávez y se sembró en el corazón del pueblo, porque asumió plenamente su responsabilidad ante la gente y la historia. Más tarde, una vez que conquistó el poder por la vía democrática el hombre de Sabaneta se fajó a saldar la deuda social de los excluidos.

Y obviamente, en un país de franca exclusión, esa sensibilidad nunca ha sido poca cosa. Cualquiera puede decirme que muchos problemas no solo persisten, sino que incluso se han agravado. Esa sería una discusión estéril, sino admitimos que se trata de una nación subdesarrollada, periférica al capitalismo mundial y por consiguiente estructuralmente dependiente.

A partir de allí podemos encontrar las claves para entender todo este rollo. Esa complejidad explica en parte que más de 8 millones personas hayan votado a favor de la Asamblea Nacional Constituyente, en la histórica jornada del 30 de julio de 2017. Y esto a pesar de estar sometidas a una criminal guerra económica por más de cuatro años, con tácticas perversas de especulación, saboteo a la producción y distribución de bienes; así como la locura de poco más de cuatro meses de guarimba terrorista recargada, con trancazos y asesinatos de odio, en los que se han quemado vivas a las personas en plena vía pública tan sólo por su color de piel o su preferencia política.

Hace unas semanas lo dijimos, el chavismo espera pacientemente la bajadita de la Constituyente para exorcizar los demonios del odio, el miedo y la ignorancia. Y así fue, el domingo 30 de julio escribimos una nueva página vibrante de la historia reciente, porque estamos empeñados en liberarnos del atraso y la exclusión.

No nos mueven la rabia, ni las ansias revanchistas. Pero en cada voto se trasluce un clamor de firmeza, para aplicar todo el peso de la ley a los autores intelectuales de este este nuevo y largo episodio de terrorismo. Gente como Freddy Guevara, Luisa Ortega Díaz, Julio Borges, Henríque Capriles, Juan Requesens y Miguel Pizarro, entre otros, tendrán que vérselas con la justicia.

Mi voto se lo dedicó a todos los familiares de ciudadanos, Guardias Nacionales y Polinacionales asesinados, heridos o mutilados en esta locura denominada guarimba. La bajadita llegó y es hora de saldar cuentas. Entiendan de una buena vez por todas que los chavistas existimos y nos contamos por millones. Ya basta de impunidad. Ojo y aplica también para farsantes, corruptos, oportunistas y malandrines de la política que se hacen llamar revolucionarios.

DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova Zerpa