Peligro al volante (II)

Cuando te toca aprender a manejar en una ciudad como Caracas, desarrollas varias habilidades. Incluye paciencia de la China milenaria, para no morir en las innumerables trancas que se forman a diario, un muy nutrido y amplio glosario de insultos, para dedicárselo a todo aquel que desconozca las leyes más básicas de tránsito, también una agilidad que ni Meteoro ni Schumacher lograrían jamás. Aunado a una memoria que todo dispositivo GPS envidiaría para poder conocerse las vías alternas y demás «caminos verdes» que existen para sortear las colas de todos los días.

La imprudencia

Más allá de aprender a maquillarme o escribir mensajes de texto detrás del volante y de convertirme en Dj profesional, he aprendido un par de cosas más. Todas estas destrezas están contraindicadas cuando uno es piloto, pero la mayoría se vuelve rutinaria cuando el tiempo apremia. Algunas son las principales causas de accidentes automovilísticos y todos sabemos que no debemos incurrir en ellas pero el detalle está cuando llevas al extremo y te lanzas un concierto estilo karaoke con tus panas.

Una época mi amigo Teno (Gabriel) y yo, nos propusimos grabar videos cantando en el carro, hace mucho, antes de que se hicieran virales y ahora todo el mundo los hace. PRIMERO LO HICIMOS NOSOTROS CARAJO. Nos faltó pilas y patentarlos.

 

Sin embargo, ya ahora se socializan este tipo de expresiones musicales a nivel global y ahora hasta en las autopistas, puedes encontrarte a algún loco que quiera cantar contigo una canción.

 

Atrevida

Como les dije aquí, cuando yo comencé a manejar, estaba vieja pa’ la gracia, eso de robarse el carro del papá no me funcionaba, así que practicaba con un Cavalier de una que fue mi amiga por un tiempo, lo hacíamos mientras visitábamos a su nuevo novio o a algún amigo que viviera en el este del este de la ciudad. Le fui perdiendo el miedo a la velocidad, a las curvas y comencé a frenar como una persona normal y no como si no hubiese un mañana. Le daba vueltas a las calles vacías de las urbanizaciones a altas horas de la noche y nunca tuve un susto. De regreso a casa se desataba la euforia al pasar por dentro de unos toldos que colocaban en la calle el día anterior de montar el mercado popular de Baruta. El reto consistía en no tumbar ninguno, hacerlo a toda velocidad y que no te pillara la policía en esta hazaña, porque la multa era segura.

Una noche, regresando a casa, se presentó la oportunidad y lo hice. Como bisturí pasé entre los toldos sin tumbar ninguno y la adrenalina fue tal, que se me salió un chorrito de pipí y todo, me sentía como cuando metes un gol o llegas a la cima de una montaña, es una satisfacción extrema, estaba demasiado emocionada. Luego de eso, cada vez que paso por allí y veo los toldos, sonrío.

Espejuelos

Cuando fui a sacarme la licencia para conducir, en la prueba de manejo, me pidieron que me estacionara de retroceso, usando únicamente los espejuelos, sin voltear la cabeza. Yo parecía Linda Blair en El Exorcista, tratando de no tumbar los conos. Lo logré en el segundo intento.

Siempre he sido muy escéptica con respecto al uso de ellos, a veces son útiles, otras no tanto. Aun no sé cuál es el bendito punto ciego y le descuadro la posición al del carro de mi papá, cada vez que me monto. Los uso más para maquillarme y  para ver las reacciones de quienes van sentados en la parte de atrás y para poder insultar con el dedo a los demás carros.

En la próxima entrega, les contaré las más recientes locuras que he vivido frente al volante, no se la pierdan.

IG/TW @VickyZoe