En defensa de la palabra: a propósito de internet

El afán de hablar y escribir no es un simple preciosismo técnico de quienes somos chapados a la antigua. Va mucho más allá. En estos tiempos de divulgación colectiva, inmediata y abierta gracias a las nuevas tecnologías, es importante revisarnos como hablantes y el impacto que nuestras palabras pueden generar en el resto del mundo, incluso en el alcance que a través del internet y las redes sociales podríamos tener en la palabra hablada y escrita. Porque aunque nos demos cuenta o no, formamos parte colectiva de esa llamada “ciberlingua” en actual construcción.

Ha sido una preocupación constante la deformación del lenguaje en estos tiempos huracanados de conexión mundial tecnológica. Desde un mensajito de texto donde la letra Q deja de existir para ser sustituida por la K, la publicación de contenidos libres sin previo trabajo de edición, hasta la delimitación de 140 caracteres en Twitter que obliga mucho a prescindir de palabras completas para emitir su mensaje; todo ello se convierte en una especie de selva lingüística sin reglas de juego ni filtros. Pienso en esas generaciones de mañana que estarán convencidas de que ese (aparentemente) ingenuo y gracioso “ola ke ase” es la forma correcta de saludar.

Y entre ese pensar sobre la palabra, me cae como anillo al dedo un libro de Luis Barrera Linares titulado Habla pública, Internet y otros enredos literarios de la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar.

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Un libro muy oportuno en estos tiempos del Twitter

A Luis Barrera Linares lo había estudiado anteriormente gracias a su libro Del cuento y sus alrededores (que escribió junto a Carlos Pacheco en 1993). Tiempo después me lo encuentro reflexionando sobre la premisa: Hablamos como pensamos.

¡Eureka! Entonces, en Barrera Linares encuentro el argumento claro y preciso para acompañar esta preocupación:

“Hablar, escribir y pensar en una variedad de lengua, cualquiera que ésta sea, es mostrar la manera de apreciar, saborear, palpar y sentir el universo y, en consecuencia, interpretar y representar su funcionamiento. Lo que significa que la lengua que hablamos cabalga pareja con los modos como pensamos. No es nada novedosa la idea pero es preciso tenerla siempre en cuenta: si hablamos o escribimos inadecuadamente, prensamos inadecuadamente. Y viceversa. Hablar, leer, escribir, escuchar una lengua es poner de manifiesto ante los otros nuestras estructuras de pensamiento. Digámoslo con un hermoso lugar común que ineludiblemente remite al lingüista ginebrino, padre de la llamada lingüística estructural, Ferdinand de Saussure: la lengua es el traje más visible del pensamiento”.

En varias ocasiones he sido partícipe de acaloradas discusiones a distancia entre tuiteros, en el que me han calificado de inflexible. Pero no, no es un preciosismo barato preocuparse por el uso correcto del lenguaje: “En la medida en que desconocemos, transgredimos o violentamos las reglas de adecuación del lenguaje, estamos contribuyendo a deteriorar nuestras formas de pensar. Y sin darnos cuenta estamos deformando también el universo. Pero, por el contrario, cuando creamos a partir de ella, contribuimos a consolidar su vitalidad. Y en eso radica precisamente el valor fundamental del lenguaje para la cultura humana”.

Es importante leer este libro de Barrera Linares para asimilar la importancia de nuestro ejercicio comunicacional. No es poca cosa que en medio de ese tuiteo cotidiano podamos ser leídos por miles de personas: “La lengua es el vitral en el que mostramos nuestras fortalezas y debilidades. Somos lo que somos porque tenemos ese privilegio (único en la escala zoológica) de poder (re)construir el mundo (la realidad) a través de una facultad que se llama lenguaje. Y la lengua es uno de los principales instrumentos de esa facultad”.

“Y eso de que las palabras se las lleva el viento, es una falacia, una ficción. Hablada o escrita, con la palabra se generan formas de comportamiento. Como hablantes, todos somos responsables de ello, pero si ocupamos posiciones de liderazgo, la responsabilidad es mayor”, nos advierte el autor. De hecho, quienes tienen la posibilidad de llegarle a un público amplio deberían reflexionar un poco sobre el alcance de sus mensajes: “Nuestras palabras tienen incidencia en el colectivo que las escucha y las procesa. De manera que, en algunos casos, los otros podrían actuar de acuerdo con nuestras directrices, con nuestra materialización lingüística. Si somos hablantes públicos irresponsables, podría serlo también la actitud de aquellos que (voluntaria o involuntariamente) nos ‘miran’ como modelos de hablantes ideales. No importa en qué lado del circuito dialógico o ideológico estemos”.

Somos responsables del mundo que construimos y la palabra forma parte de esa edificación de futuro. Pero, en todo caso, no está de más preguntarles: ¡Hola! ¿Qué hacen?

 

DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello

@GipsyGastello