La clase media muerta de hambre

Debo comenzar explicando algunas cosas, ya que el propósito de esta nota está bien alejado de cualquier intención de ofender a alguien. Cuando digo, en el titular de este artículo: “La clase media muerta de hambre”, pudiese pensarse que estoy calificando a quienes se consideran o creen que los consideran “clase media”, de “muertos de hambre”.

No es así, pero quiero ampliar con otros ejemplos de frases similares, incorporando también los verbos ser y estar en algunas de ellas. “La clase media es muerta de hambre”, “la clase media está muerta de hambre”. En la primera de estas últimas, la interpretación podría prestarse al peyorativo que califica de hambrientos o miserables al sujeto de la misma. En la segunda, más bien hay una condición de atributo en el que el estado del sujeto padece de hambre.

Si digo “la clase media estaba muerta de hambre”, el tiempo pasado puede indicar que ya no. Que ahora está en mejores condiciones que antes. Estar o ser muerto de hambre muy poco tiene que ver con la ausencia de signos vitales. Casi siempre se utiliza para expresar o figurar un extremo. Por ejemplo, el común de las personas responde al reflejo condicionado de los horarios cuando se tiene el hábito de las ingestas calóricas en el desayuno, almuerzo o cena, diciéndose a sí mismo o expresando en voz alta que se muere de hambre, tan sólo porque pasaron unos minutos después de su hora de comer.

En un extremo ofensivo, se le dice muerto de hambre al “lambucio” (lambrucio), al que vela descaradamente a quien come, al pedigüeño o, por extensión, a quien es o se comporta como un miserable.

Hago esta larga introducción y pudiese detallarla mucho más. Pero no, no lo haré, porque el tema de esta reflexión está en el contexto político y tiene como punto de partida, los carteles que, algunos de esos focos perturbadores de la paz ciudadana, han cogido a exhibir en “protestas” contra el rrrégimennnn y el presidente Nicolás Maduro. Bachaqueros y otros aliados del golpismo se asumen como “muertos de hambre”, para dramatizar un estado social y económico que, supuestamente, padecen la escasez de alimentos que provocan sus propios amos y financistas de sus quejas.

“Tenemos hambre”, “queremos comida”, rezan los carteles en manos de unos pocos muertos de hambre que se creen formar parte de un sujeto inexistente pero muy afianzado culturalmente, llamado “clase media”.

¿Existe una tercera clase en el capitalismo?

En realidad no. Entre proletarios y burgueses lo único existente “en medio” es la lucha histórica por liberar a los primeros del yugo y la explotación de los segundos. Es la lucha de las y los trabajadores contra el capital.

En las relaciones capitalistas de producción sólo existe la clase de los dueños de los medios de producción, los burgueses, los explotadores, los ricos y –por antagonismo- la de los sin nada, de los proletarios, de los explotados, de los pobres. Burgueses y proletarios se confrontan permanentemente en la producción de los bienes y extienden esa lucha a la esfera de la circulación de lo producido, a la distribución y consumo de los productos.

No hay una “clase media”. No existe una tercera clase ubicada entre explotadores y explotados. Sin embargo, los aparatos deformadores de la conciencia proletaria, trabajadora, conocidos también como “aparatos ideológicos” en una caracterización bastante difundida por el filósofo marxista francés Louis Althusser, se ocupan de convencer a unos cuanto y hasta numerosos asalariados, quienes –en medio de su egoísmo- por percibir salarios un poco superiores a los estándares, tener modus vivendi más cómodos que los de las mayorías depauperadas y poseer algún reconocimiento académico de especialización técnica en determinada área del conocimiento o profesionalización universitaria, creen estar más cerca de ser burgueses y, por tanto, un poquitíco más alejados de sus igualmente proletarios.

Esos son los pretendidos de clase del medio, media clase sin definición ni contenido. Proletarios, asalariados en realidad, pero “burgueses” de pensamiento y pretensión, como si fuese posible dejar de ser explotados, tan sólo por soñar con ello.

Quien se autonombra “clase media” no por ello dejó de ser asalariado. Continúa formando parte de una compleja relación de producción por la que percibe un dinero en pago por la compra de su “fuerza de trabajo” (o en la contribución colectiva de la misma en el acto de producir). No pasa automáticamente a ser dueño de los medios de producción, por más que lo desee, por más que se le olvide que “los sueños no empreñan”.

La “clase media” es el no lugar donde se ubican simbólicamente los desclasados del proletariado. Allí donde “están” quienes reniegan de su condición de pobres, proletarios y asalariados y se visten de apariencias y maquillajes, para parecer ricos pero sin jamás conseguir serlo.

La resurrección de los muertos de hambre

Los ideológicamente miserables, es decir, los desclasados, los que se autodenominan clase media sin estar en el medio, sin ser media clase ni nada, pueden llegar a resucitar mediante la adquisición y defensa de su genuina conciencia de clase. Ese proceso es poco común, pero factible como individuos.

Poco común porque la pequeña burguesía, el sector social de clase proletaria que adquiere o se obnubila ante ciertos privilegios, como el poseer un vehículo último modelos, vestir trajes de apariencia opulenta, contar con un título universitario, poseer una vivienda propia (a la cual puede haber accedido, por ejemplo, gracias a la Gran Misión Vivienda Venezuela y el propósito revolucionario, bolivariano y chavista de ofrecer la mayor suma de felicidad al pueblo), entre otros aspectos de apariencia, junto a ellos agudiza su egoísmo y los valores propios de la burguesía, marcando distancia, así, de sus verdaderos hermanos de clase, a quienes considera o empieza a considerar inferiores.

El milagro de la “clase media” que deja de ser muerta de hambre, sólo es posible, entonces, mediante el acto social, de ser social, en conciencia. Es decir, de la clase desalienada, liberada, desideologizada y por tanto proletaria.

Sólo cuando, como pueblo somos capaces de reconocernos tal, podremos llegar a ser auténticamente libres y victoriosos ante el dominio del capital. De otra manera, permaneciendo bajo la ilusión y el fetiche de una clase media que no existe ni existirá jamás, no habrá camino de liberación sino la esclavitud de ser una “clase media” realmente muerta de hambre.

Ilustración: Iván Lira