En mi cuadra (I)

Cualquier persona que viva en comunidad seguramente le ha tocado presenciar, vivir y hasta protagonizar, situaciones o eventos curiosos y arriesgados en su locación geográfica. Historias que quedarán para contarles a algún grupo de amigos como una anécdota increíble o para recordar y pasar a otras generaciones este ramillete de relatos que sucedieron en mi cuadra.

Paga lo que debes

Cada noche a golpe de 9, bajo a la plaza de mi edificio y me siento en las escaleras que dirigen al parque infantil para nebulizarme con un par de cigarritos, casi siempre lo hago sola, a veces me acompañan otros viciosos, pero ocurrió que en una oportunidad estaba echando humo y escuché a dos personas que discutían en la esquina, puse atención porque el chisme me pica y de pronto se escucharon 2 disparos, traté de esconderme pero igual quería saber de dónde y por qué fueron las detonaciones, lo único que logré ver fue una camioneta que se alejaba a toda velocidad. El corazón se me iba a salir por la boca. Qué susto.

El silencio de la calle se rompió con unos gritos pidiendo ayuda, de pronto comencé a escuchar como si alguien se arrastraba por el piso y a lo lejos vi al recogelatas que cuidaba los carros por la mañana y se drogaba por la noche (con la plata que uno le daba) se escurría sobre el pavimento llorando de dolor y agarrándose la pierna derecha. Resulta que le vinieron a cobrar una deuda que tenía y para amedrentarlo le dispararon en un pie. El drama se puso un poco más intenso cuando llegó la policía, una ambulancia y muchos mirones para ver qué hacían con el herido. Al final nadie quiso acompañarlo al hospital y más nunca lo vimos.

Heroínas

Un viernes cualquiera nos reunimos en la plaza para ingerir bebidas alcohólicas en grandes cantidades, pero siempre estamos atentos a lo que sucede en nuestra calle, detallando cuántas veces pasa un mismo carro por el mismo sitio o si un motorizado llega en actitud sospechosa y una vez, escuchamos voces de mujeres un poco estresadas y salimos corriendo a ver qué pasaba. Resulta que le estaban robando la camioneta en plena calle, las bajaron del vehículo y ellas clamaban para que no les hicieran daño. Como en esa cuadra habían ocurrido varios atracos y robos, la comunidad decidió tener una palabra código para emergencias, en nuestro caso el nombre de la calle. Al ver en vivo y directo que un par de doñitas estaban siendo robadas, nos rasgamos la camisa y comenzamos a gritar como unas locas desaforadas, VOLTAIRE, VOLTAIRE, VOLTAIRE… (como si eso iba a evitar que las robaran)

Se comenzaron a activar los vecinos y se volvió un escándalo, los ladrones se voltearon y nos miraron, nos apuntaron y dispararon. Nosotras cual Matrix nos echamos para atrás esquivando las balas y desde el piso seguíamos gritando y ya los vecinos habían comenzado a tocar pitos y a gritar el popular “¡AGÁRRENLOS!”. Aquella bulla hizo que los malhechores se montaran en el carro y arrancaran, con la suerte de que el vehículo tenía un sistema antirrobo que llaman trave gas que corta el suministro de gasolina y el carro se apaga, dejándolos expuestos en la mitad de una calle larga rodeados por edificios llenos de vecinos que gritaban y les lanzaban botellas y vasos de vidrios por los balcones, no les quedó otra que bajarse del carro y correr. Esa noche tuvimos otro motivo para celebrar: frustramos un robo y no nos mataron en el intento.

Caído del cielo

En los días libres de diciembre, por las noches, acostumbramos a reunimos para compartir entre amigos, a veces para conversar, beber, bailar y otras veces para jugar. El dominó es uno de nuestros juegos preferidos, pero no todos tienen las virtudes para destacarse con esta modalidad. Para incluir a muchos de nuestros amigos, hemos cambiado las reglas de algunos juegos como el Pictionary que lo practicamos con mímica en parejas, en vez de dibujar en una pizarra. Se convierten en los juegos del hambre por las ansias de ganar y por la poca tolerancia a la derrota.

Esa noche decembrina, jugábamos monopolio, todos tirados en el piso del pasillo de la galería que bordea la fachada del edificio, de pronto escuchamos como desde alguna casa en “Colinas” comenzaron a tirar fuegos artificiales, nos pusimos a verlos porque nos encantan, colores y sonoridades varias, los cohetes pararon y retomamos el juego, cuando sin avisar escuchamos ese sonido del recorrido del cohete que se desvía que hace como un silbido desafinado hasta que detona. Escuchamos el bendito silbido pero muy cerca y de repente una explosión encima de nuestras cabezas que nos dejó sordos por unos segundos y casi ciegos por el humero que se desató cuando el cohete aterrizó justo en el techo de la galería, abriendo un hueco inmenso como cuando explotas una lata de aluminio. Los que lo vivimos aun tenemos el  trauma y el bendito silbido grabado en la psiquis y siempre agachamos la cabeza cuando suena alguno por allí.

Hordas

En los tiempos de nuestra adolescencia, en algunas zonas de Caracas se vivía una modalidad de malandraje/sifrinaje, una suerte de pandillas o grupos de jóvenes según el sector donde se residía. Los de Los Chaguaramos, Los de la Avenida (Victoria), Los de Los Ruices, Los de la Miguel Ángel, Los del CC (CCCT), Los de Baruta y así. Camadas llenas de egos inflados, todos guapos y apoyados, liderados por los que se habían entrado a golpes mayor cantidad de veces o por el que tenía más cara de malo malote. Los distintos colegios sufrían cuando en cambote, llegaban a las puertas de las instituciones a buscar pelea o a defender el honor de alguna noviecita de turno. También en las llamadas fiestas de pro-graduación o matiné se podían encontrar banditas que se tenían bronca y los saldos eran lamentables en pérdidas más que todo materiales y algunos orgullos de macho heridos por puñetazos.

Así ocurrió que en mi cuadra, llegaron a buscar a un chamo para pedirle explicaciones por haberle “tumbado la jeva” a alguien de por ahí, se llenó la calle, tooooooda la calle, con una juventud iracunda que gritaba el nombre del individuo en cuestión, lo insultaban, lo retaban para que bajara a enfrentarse “de caballero” con el novio cabrón, quien defendería el amor de su novia coqueta a todo riesgo. Tanta solidaridad sólo reflejaba el ocio de esos días, porque mira que ir de noche, a otra zona de la ciudad, a pie, sólo para que UN amigo tuyo se entrara a piña con otro por una chama, eso eran muchas ganas de caerse a coñazos y/o no tener naaaaada que hacer.

El chamo de mi edificio nunca bajó, obviamente, iba a ser linchado por estas hordas de testosterona desatadas, pero la impresionante cantidad de adolescentes enardecidos como una marea alborotada, provocó que las viejas asustadas llamaran a la policía local, la cual  jamás llegó ni se apareció sino como 2 horas después de que ya todo se había calmado. Los muchachos se aburrieron de esperar al galán abusador y se fueron rayando paredes y golpeando los carros que estaban estacionados a su paso. Para ese entonces, no había redes sociales ni la adicción a tomar fotos y videos de todo lo que ocurre en la calle, porque todo hubiese quedado documentado para la posteridad y para mostrárselo a los nietos: “mira mijito, así se puso la calle cuando vinieron a buscar a tu abuelo cuando se puso de picarón conmigo, jejeje”.

Derribando muros

Varios de los edificios de mi cuadra están rodeados de paredes altas con alambre de púas en el borde, algunos tienen más de 40 años desde su fundación y ya las grietas por filtraciones y el simple paso del tiempo se hace notar en la estampa, la debilidad de algunas estructuras se evidenciaron cuando el camión de la basura, emprendiendo el retroceso para recoger algunos escombros de uno de los edificios más viejos, sutilmente golpeó la esquinita de uno de los muros y se fracturó al punto de quedar con un ángulo amenazante para los transeúntes, hasta que una noche, algunos días después, terminó por derrumbarse completamente, dejando expuestos a los vecinos de esa residencia.

Nos sentíamos como Alemania aquel noviembre del 89 y muchos con algarabía celebrábamos semejante evento que conmocionó a la colectividad. Había quienes no querían que se volviera a construir y otros no podían dormir sabiendo que estaban expuestos sin paredes. Colocaron rejas momentáneas para contener a la delincuencia y menos mal no hubo nada que lamentar mientras no había muro, lo construyeron de nuevo pero todos recordamos aquella vez en que el paisaje de la cuadra cambió y nos hacía cantar el coro de aquella salsa de Emmanuel: “todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí”.

Después les sigo contando más de lo que ha pasado en mi cuadra…

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Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.