El día en que no hubo más billetes

La humanidad empezó a ser feliz. Ya no necesitábamos un punto mediador para el intercambio. Se acaba la moneda, desaparece su expresión en papel impreso y certificado por el Banco Central (de cada país en el mundo, obvio) y volvemos al trueque como intercambio entre productos “iguales”: unas batatas y 12 huevos sólo costaban un intercambio de necesidades entre iguales: “yo te doy batatas y tú me das huevos”, por parte de quienes venían de producir según sus capacidades y luego reclamaban consumir según sus necesidades.

El billete anda en el tapete entre los temas de conversación, en el transporte público, en la acera, en los grandes supermercados, pero también en las bodeguitas o pulperías y hasta en los puestos de buhonería y “bachaqueo” (aunque no es lo mismo, pero es igual). Empieza a no haber billetes para el intercambio de mercancías gracias (o desgracias) a su mediación en toda relación de producción o circulación y, de manera simultánea, aumentan las colas frente a los dispositivos automáticos expendedores de los mismos o las taquillas en las diferentes agencias bancarias.

De manera paralela o cómo parte de una misma planificación del capital financiero que -con fines políticos imperiales- pretende derrocar al gobierno revolucionario y soberano de Venezuela, desaparecen ante las miradas inmensamente mayoritarias de nuestro pueblo, los billetes que comenzaron a ser “vendidos” en una acción poco usual, iniciada en el vecino país (que es gobernado por un capo narcotraficante que responde a los intereses del gobierno estadounidense y a su condición de centro hegemónico imperial del capitalismo) y que ahora se repite con intenso tenor en nuestro país.

Un amigo, vecino de Petare, a quien encontré en el Metro en días recientes, me preguntaba si yo había visto a “algún transportista de rutas urbanas y suburbanas, en los Bancos, depositando el efectivo que recolectan diariamente”. En realidad, aunque es arriesgado responder por una población que es bastante numerosa, la pregunta merece ser planteada dentro de toda esta reflexión crítica. Sobre todo si completamos la misma con las siguientes interrogantes que me disparó: “¿qué hacen con tanto efectivo? ¿por qué hay tan poquitos buses en las líneas de transporte? Y ¿por qué tanta insistencia por aumentar el pasaje, que nos obligan a pagarlo de inmediato, aún sin su debida aprobación por las comunidades y autoridades?” Las interrogantes de Felipe -mi amigo- me ofrecen luces para entender toda la red de conspiración contra el Estado venezolano y el Gobierno que preside el camarada Nicolás Maduro. En economía, no se pueden tomar solo cifras para establecer críticas o pretender entender tan complejos procesos. El capitalismo es un conjunto de relaciones ordenadas para la producción, siempre en condiciones desfavorables, de explotación para las y los trabajadores, para el proletariado, para el pueblo pobre en general. No en balde, Carlos Marx, Federico Engels y muchos de sus posteriores seguidores, asumen una Crítica de la economía política y no simplemente de unos numeritos que supuestos “científicos” llaman, a secas, Economía (o más pomposa y academicistamente: “ciencias económicas”).

Los billetes y la cultura financiera

Hacer crítica de la economía política no es un reto que pudiésemos llegar a cumplir en un artículo de opinión, aunque estemos en este Diálogo en la Acera, que pudiéramos extender amplia y complejamente.

El billete es de origen chino y se remonta al séptimo siglo de esta era cuando el capitalismo no existía pero la ideología judeo-cristiana sí, como parte de una forma de dominación imperial de la humanidad. Desde sus inicios la cultura del billete impone a éste como símbolo de la “promesa” de que ese sí tiene valor. Algo así como lo que apreciamos hoy con las criptomonedas y la misma “promesa” de entonces.

Hasta la década de los años 70 del pasado siglo, los billetes debían tener por respaldo, al mineral oro. Cantidades de lingotes almacenados en bóvedas bancarias certificaban que el papel moneda que circulaba como patrón para el intercambio de mercancías -ya se tratase de materia  prima, de medios de producción, de productos o de fuerza de trabajo invertida como una mercancía más en todo el proceso- no era falso o carente de valor en su “curso legal”.

El neoliberalismo, como expresión política de hoy en el dominio del capital, propone una moneda sin Estado, como sueño del dominio sin la regulación de los gobiernos  ni de sus bancos centrales. La criptomoneda aparece  para salvar al capitalismo decadente y moribundo (no nos llamemos a engaño, se sigue jugando en los términos impuestos por el dominio del capital), pero se asoma también como una esperanza de implosión de la “explotación del hombre por el hombre” (como se decía antes del lenguaje explícito de género) y de la entrada al postcapitalismo. Este es un tema grandote, que no podemos dejar de lado dentro de la coyuntura de destrucción de la Revolución Bolivariana y Chavista, pero también al estudiar al capitalismo en el siglo XXI.

Una pared tapa la calle ciega

La calle ciega es la que no tiene salida. Por eso es que acudí al profesor de inglés, Richard Bello, para saber si podía utilizar Wall Street como sinónimo de “calle ciega”. Me lo negó enfáticamente. Me dijo que calle ciega es blind street y no Wall street, pero yo sigo empeñado en afirmar que esa calle no tiene salida ni nos deja ver la Crítica de la Economía Política. Pero yo sigo empeñado en asociar a la calle de la pared, con un gigantesco bloqueo de la street en la que nos metió el capitalismo en su expresión financiera, para encerrarnos, para no hablar más que de monedas, de dólares, dolores y dow jones. Esa pared, esa “calle ciega”, Wall street, acaba de recibir su primera y fuerte bofetada del presente siglo con la caída de las bolsas de valores en estos comienzos de febrero que, en Venezuela, las y los patriotas, calificamos como de dignidad y rebeldía.

Esto no quiere decir que Venezuela, como Estado, tenga alguna incidencia visible en el sismo ocurrido en la “calle ciega”. Pero, sin dudas, sí las políticas de contención, que ha desarrollado el Gobierno venezolano contra la guerra económica que depaupera a nuestro pueblo y le somete a la más feroz miseria. El lanzamiento del Petro, como criptomoneda venezolana, que no se reduce a la “promesa” de valor, sino que lo tiene, de verdad verdad y de manera constante y sonante, con nuestras reservas petroleras y de minerales de “alta cotización” mundial, se hace esperanza de un pueblo y una Revolución que jamás lograrán detener. Porque “a Venezuela no la bloquea nadie”, tal como señaló recientemente, el presidente Maduro.

Ilustración: Xulio Formoso