La CIA, Hagelin, Snowden y los pequeños espías

Cuando uno ve el documental. Citizenfour, de la investigadora y realizadora Laura Poitras, una de las preguntas que le surge es si las grandes agencias de espionaje e inteligencia que tienen desplegadas por el mundo los amos del capital, realmente necesitan de los pequeños y casi insignificantes espías que cobran en dólares para pasar informaciones que suman para la desestabilización de regímenes, la declaración unilateral de guerras o la imposición -igualmente unilateral- de gobiernos como (uno de los tantísimos ejemplos) el de la «democracia» que «encabeza» Jeanine Áñez Chávez en Bolivia.

La consolidación y casi perpetuación del dominio imperial capitalista y su figura de hegemón global, se debe, entre otras cosas a trabajos perseverante y muy bien entretejidos como complejas redes, en las que es muy importante conocer los papeles jugados por Boris Hagelin, William Binney y el propio Edward Snowden, en sus tareas al servicio de los aludidos tejidos.

Los «espías» e «informantes» espontáneos, también existen, se saben sus historias de traiciones apátridas generalmente iniciadas por la tentación de hacerse ricos de la noche a la mañana, meterse unos dólares en sus bolsillos, con relativa facilidad, ya que cayó en sus manos  una información útil al bando de clase enemiga y se creen que nunca  serán descubiertos.

También están los alienados y desclasados, víctimas de una seducción lúdica desde la infancia, y en la que juegan papel determinante esos íconos diseñados para cumplir la tarea de hipnosis, como es el caso  de los dibujos Disney, los superhéroes y tantos otros que operan como anclas a favor de la hegemonía burguesa.

Total, no seamos ingenuos. «Estamos enfrentando a un poderoso Imperio», como nos alertó siempre el Comandante Chávez para que aprendiéramos a defendernos en todos los campos de luchas.

La Revolución Bolivariana está amenazada desde sus inicios, desde la pública declaratoria de esperanza y lucha, resumida en el «vendrán tiempos nuevos» seguido del «por ahora» de aquel 4 de febrero de 1992.

En una guerra, dicen los entendidos, se vale todo hasta derrotar al enemigo. Por eso, la conformación y desarrollo de equipos de inteligencia y contrainteligencia entre las fuerzas encontradas o en conflicto, es parte obvia en la planificación estratégica del combate.

Una guerra -eso lo sabemos y comprobamos, cada vez más, muy a menudo- no se reduce solamente al encuentro directo entre tropas defendiendo intereses diferentes. Una guerra es un complejo escenario donde se conjugan acciones y pensamientos en función de unos fines, generalmente de soberanía.

Hoy se habla abiertamente de la guerra como luchas multifactoriales entre opuestos, que pasan por el de armas  convencionales, pero que se diversifican hacia las no convencionales, las guerras insurgentes de guerrillas, paramilitares y focos igualmente pertrechados para matar, para aniquilar al enemigo.

En Venezuela, la decisión soberana de su pueblo de avanzar en Revolución hacia una sociedad nueva, sin tutelajes imperiales, independiente, ha colocado al hegemón, a los amos del mundo, en la necesidad de lanzar una declaración unilateral de guerra que pudiera resumirse en la «orden ejecutiva» lanzada inicialmente por Barack Obama, desde la presidencia estadounidense y ratificada hace muy poco, este mismo año, por Donald Trump.

«Tengo a mano todas las opciones, incluyendo la militar directa», ha dicho públicamente Trump, el  genocida con cargo de presidente, desde la Casa Blanca, quien considera que «Venezuela es una amenaza inusual y extraordinaria» para el poderío imperial yanqui-sionista.

Desde entonces y hasta el presente, la multiplicación de ataques contra el pueblo de Venezuela, el bloqueo económico y financiero, amén de robos descarados como el del oro venezolano en Gran Bretaña o de empresas como Citgo, con sede en EEUU, han ido cada vez más en aumento, incluyendo golpes de Estado, sabotaje y terrorismo petrolero, el «sutil» y uym isdecretó magnicidio contra el presidente Chávez e intentos -en grado de frustración- en contra del presidente Nicolás Maduro. Ataques cibernéticos contra nuestro sistema eléctrico Nacional -como ocurrió, hace exactamente un año- intento de invasión a nuestro país, por regiones fronterizas como Colombia y Brasil y el reciente atentado ocurrido el pasado sábado 7 de marzo, con la quema casi total de equipos electrónicos y material electoral que se encontraba en depósitos protegidos para ello en el estado Miranda, muy próximo a la ciudad capital de la República.

Esto, tan sólo para nombrar algunos casos de la guerra multifactorial que también tiene sus expresiones desde el campo simbólico y de la mediática, controlada por las grandes transnacionales de la desinformación y la propaganda.

La guerra, esta guerra pretendida de exterminio contra Venezuela, su pueblo y su Revolución Bolivariana y Chavista, también despliega acciones de inteligencia, con la finalidad de obtener información estratégica que les permita ser más eficaces, por ejemplo, a la hora de aplicar «sanciones» contra nuestra industria petrolera, entre otras, o realizar operaciones de venta fraudulenta o pirata de derivados petroleros en aguas marítimas internacionales.

El enemigo imperial quiere acabar con Venezuela, con su pueblo valiente, bravío y combativo. Para ello necesita seducir, captar, reclutar a individuos que  les lleven a la información que precisan. Eso es lo que han hecho y están haciendo. Sobran los casos, siendo de los más emblemáticos el de Rafael Ramírez (no es el  único), quien llegó a ser ministro de energía y presidente de la estatal petrolera venezolana y, actualmente, los  detenidos en flagrancia o con suficientes pruebas en su contra, denunciados y sustanciados por la Comisión Presidencial «Alí Rodríguez Ataque», creada para hacer limpieza profunda en PDVSA, erradicar la corrupción en la misma y rescatarla plenamente  para el Poder Popular en Venezuela.

Mi llamado, junto a la opinión que aquí emito, es para saber preservar la esencia de la Revolución Bolivariana y del legado de Chávez, siempre con visión y pensamiento crítico, pero también sabiendo discernir para no asumir solidaridades automáticas con personas que pudieran haber sido seducidas para trabajos apátridas de informantes, tan sólo por un puñado de dólares o por una mirada tierna de Mickey, tal como ocurrió con el mismísimo imperio soviético en el trabajo yanqui para conseguir su desplome en 1991.

La CIA, Hagelin, Snowden y los pequeños espías son todos parte de un mismo tejido que controlan muy bien los amos del mundo. Para vencer y conseguir la Patria socialista que estamos construyendo, también es necesario, aunque resulte doloroso, destruir el tejido perverso de seducción, alienación y reclutamiento, aunque estén usando dorados hilos de nuestros afectos. Los pequeños espías también existen y, aunque no queramos verlos, también van carcomiendo.

Ilustración: Iván Lira